domingo, 14 de abril de 2013

"Los ojos vacios". Fernando Aramburu



Después de leer otras novelas de este autor (“Los Peces de la amargura”, "Años lentos” y “Bami sin sombra”) de corte realista e inspiración contemporánea, me encuentro con una novela de fantasía desbordante, novela picaresca, novela de aventuras y novela de aprendizaje, todo ello en una geografía ficticia pero no ajena a la realidad.
Es la segunda de la trilogía de Antíbula, la anterior es “Bami sin sombra”.
La novela ambientada en un país llamado Antíbula -imaginario país europeo que no hay que identificar con un territorio real- entre 1912 y 1928, aproximadamente, es el ámbito en que se sitúa la experiencia infantil del narrador, cuya formación está jalonada por padecimientos múltiples: el aislamiento, la miseria, la violencia, el desamor...
Relata los años de aprendizaje de un niño sobre el fondo de una sociedad convulsa, que pasa de un régimen monárquico a una dictadura para desembocar en una sangrienta rebelión y en una guerra civil.
Cuiña, protagonista y narrador, rememora desde una edad avanzada cómo fue su infancia, amarga y sometido a mil crueldades por el abuelo incestuoso con quien pasó aquel tiempo de aprendizaje entre horrores.
Fueron tiempos calamitosos para los antibulenses: muerto su monarca, Carfán III de un tiro en el recto,  el general  Vistavino (apodado “Matamuertos” a causa de  un tiro a bocajarro entre los ojos  difunto monarca) usurpó el poder hasta que una revolución acabó con la dictadura.
Todo ello lo recapitula Cuiña con la ayuda de documentos históricos y así levanta una monumental alegoría cuyo mérito primero radica en que dicho país inventado tiene todas las propiedades de lo real y resulta tan verdadero como lo que conocemos por la experiencia.
Con minuciosidad costumbrista describe Aramburu situaciones comunes de aquel tiempo y con penetración psicológica levanta personajes de cuerpo entero. Todo ello en conjunto proporciona un retrato colectivo muy original y vigoroso, que, teniendo vida propia, alude también por extensión a las sociedades contemporáneas. Y lo hace con una perspectiva crítica.
Los métodos educativos feroces para socializar ciudadanos dóciles, la sumisión de la mujer, el menosprecio de la cultura, la arrogancia del poder, el fanatismo inquisitorial de los religiosos católicos son cuentas de un rosario que tiene por broche la crueldad salvaje de la naturaleza humana. Así que esa Antíbula se convierte en el espejo de la opresión de los poderosos y de la miseria de los lacayos. Innumerables escenas de una invención fecunda, original y eficaz sirven para poblar el escenario donde se representa ese inhumano teatro del mundo. De ahí al alegato no hay ningún paso, y la novela se convierte en una denuncia implacable de la injusticia.
Pero está lejos de Aramburu un testimonialismo reductor o simplificador de la realidad. La parábola se construye por medio de recursos literarios muy exigentes. Para ello dispone esa rica galería de tipos y de situaciones ya aludida. También traza una anécdota interesante y amena en sí misma por los hechos curiosos que suceden. Y escribe con un castellano de frase amplia, de corte clásico, preciso en su vocabulario, sonoro y rítmico en su sintaxis. Salpica la novela, además, de múltiples referencias o alusiones cultas, con frecuencia de origen literario, sin que el culturalismo resulte un molesto postizo.

Hay una visión madura de la condición humana. Un elogio de la lectura como compensación de la vida que merecía convertirse en divisa de cualquier enseñanza: “Los libros eran mi pasión; aún más, el cimiento y las columnas de mi mundo personal [...] “Nada poseía más valor para mí que un conjunto de páginas impresas ni nada contribuía en igual o mayor proporción a mi felicidad. Recién cumplidos los diez años, la perspectiva de una existencia desprovista de libros se me hacía de todo” dice  Cuiña narrador..

“ Los ojos vacíos” pertenece a esa clase de novelas que le sumergen a uno en el hechizante océano de la fábula y le devuelven a la superficie enriquecido por una experiencia que da un sentido nuevo y más hondo a la vida. Por el placer de la anécdota, por la intensidad de su mensaje y por fortuna de su construcción, éste es un libro muy importante, de los que merecen la pena leerse. 
Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959 -residente en Alemania desde 1984. Ha hecho del comportamiento del hombre y del humor el motor de su literatura, de su 'necesidad invencible' de expresarse. 'Me parece muy importante no ofrecer la verdad desde un solo punto de vista. Y la ironía añade muchos matices', dice. Lo hace también en Los ojos vacíos, novela por la que ha sido galardonado con el Premio Euskadi de Literatura en castellano. 
La novela ambientada en un país llamado Antíbula, en tiempos turbulentos. A ese lugar llega un misterioso extranjero, que será el padre del protagonista y narrador de la novela, un niño marcado por un invisible estigma. Es una historia sobre la pérdida de la inocencia, en la que no falta una buena dosis de humor e ironía, señas principales de sus obras.
'Me parece muy importante no ofrecer la verdad desde un solo punto de vista', explica el autor. 'Y creo que la ironía y el humor añaden complejidad a la expresión literaria y también a los personajes'.
La obra de Aramburu tiene su razón de ser en el comportamiento humano. 'El motor de mi narrativa es el hombre, cómo se comporta ante determinadas situaciones. Y la pérdida de la inocencia me parece muy actual'
La incuestionable habilidad de Fernando Aramburu para crear personajes e historias de auténtico fuste; nos lo había revelado con su primera novela, Fuegos con limón (Andanzas 279), que obtuvo en 1997 el Premio Ramón Gómez de la Serna. Los ojos vacíos, su segunda novela, está destinada a situarle entre los escritores de mayor interés y permanencia en las letras españolas.
En Abril de 2013 ha publicado su nueva novela “La gran Marivian” la última de la “Trilogía de Antíbula “, después de “Bami sin sombra” y “Los ojos vacios”

ALGO MÁS SOBRE EL AUTOR:
BIOGRAFÍA
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, participó en San Sebastián, su ciudad natal, en la fundación del Grupo CLOC de Arte y Desarte, que entre 1978 y 1981 editó una revista e intervino en la vida cultural del País VascoNavarra y Madrid con propuestas de índole surrealista y acciones de todo tipo caracterizadas por una mezcla particular de poesía, contracultura y sentido del humor.
Desde 1985 reside en Alemania, donde ha impartido clases de lengua española a descendientes de emigrantes.
En 1996 publicó Fuegos con limón, novela basada en sus experiencias juveniles con el Grupo CLOC.1
Después de este libro, ha publicado otros, alguno de los cuales ha sido llevados al cine y al teatro. Así, Félix Viscarret adaptó a la pantalla grande, con el título de Bajo las estrellas (2007), El trompetista del Utopía, obra que también fue adaptada al teatro de marionetas por la compañía El Espejo Negro.
En 2009 abandonó la docencia para dedicarse exclusivamente a la creación literaria. Colabora con frecuencia en la prensa española.
Sus libros han sido traducidos a diversos idiomas y han obtenido varios premios.
Es articulista en el diario “El País” http://elpais.com/autor/fernando_aramburu/a/
Blog de Fernando Aramburu
Fernando Aramburu en Twitter
Wikipedia

Una entrevista al autor en el programa literarió Nostromo 

OBRAS:

Novelas

Fuegos con limón, Tusquets Editores, 1996
Los ojos vacíos, 2000
El trompetista del Utopía, 2003
Vida de un piojo llamado Matías, 2004
Bami sin sombra, 2005
Viaje con Clara por Alemania, 2010
Años lentos, 2012

Libros de cuentos

No ser no duele, 1997
El artista y su cadáver, textos breves de contenido diverso, bromas surrealistas y microrrelatos; 2002
Los peces de la amargura, relatos centrados en las víctimas del terrorismo de ETA; 2006
El vigilante del fiordo, 2011
Cuentos para niños
El ladrón de ladrillos, 1998
Mariluz y los niños voladores, 2003

Poesía

El librillo, poemas para niños; 1981
Ave Sombra/Itzal Hegazti, edición bilingüe español/euskera; 1981
Bruma y conciencia/Lambroa eta kontzientzia (1977-1990), edición bilingüe español/euskera; Universidad del País Vasco, Servicio Editorial, 1993
El librillo, poemas para niños; Hiperión, Madrid, 1995
Yo quisiera llover, selección de poemas por Juan Manuel Díaz de Guereñu; Editorial Demipage, Madrid, 2010

Premios

Premio Euskadi 2001
Premio Mario Vargas Llosa NH 2007 por Los peces de la amargura
Premio Dulce Chacón 2007 por Los peces de la amargura
Premio Real Academia Española 2008 por Los peces de la amargura
Premio Tusquets de Novela 2011 por Años lentos

Susa Martín


viernes, 12 de abril de 2013

"Éxodo y exilio del arte. La odisea del Museo del Prado durante la Guerra Civil, Madrid" Arturo Colorado Castellary



 Portada

"Éxodo y exilio del Arte."

Arturo Colorado Castellary

Cátedra. Madrid, 2008. 400 páginas

 Aquí se narra una epopeya: la evacuación del patrimonio artístico español de la zona republicana que, amenazado durante la Guerra Civil, cruza las fronteras para volver -parece que en su mayor parte- a su lugar de origen. Entre otras colecciones, este patrimonio estaba formado por las del Museo del Prado, las de El Escorial, del Palacio Real de Madrid, del Duque de Alba, de los monasterios de las Descalzas Reales y de la Encarnación… Un tesoro espiritual, se dijo repetidamente, que no era propiedad de ningún gobierno, sino un legado para la humanidad. 
En condiciones muy adversas, incluso bajo las bombas y arriesgando la vida, salvarlo fue la empresa heroica de esforzadas personas como Timoteo Pérez Rubio o -en otro sentido- José María Sert y de altos funcionarios extranjeros que se comprometieron en su defensa… Y también de muchos hombres anónimos -soldados o simplemente ciudadanos- que hicieron más de lo humanamente posible para preservarlo. El episodio que explica el profesor Arturo Colorado Castellary revela y documenta la vida secreta de la pintura, aquellas historias que se acumulan en su reverso -su cara oculta- y que pasan inadvertidas a la simple contemplación. Una historia, en este caso, hecha de heroísmo, pero, como veremos, también de mezquindades. 



En 1939, pocos meses después de acabar la guerra, las obras del Prado regresan a Madrid.

El libro que comentamos tiene el origen en la tesis doctoral de Arturo Colorado Castellary. Esto significa años de trabajo, exhumación de documentación inédita, investigación en diversidad de archivos y testimonios… una información que apabulla y persuade al lector por su caudal y el nivel de la argumentación. Y sin embargo, a pesar del aparato documental y del rigor científico, y de la complejidad histórica y jurídica del tema, Colorado Castellary ha sabido hilar un relato apasionante, especialmente la primera parte, que trata de la evacuación de las obras hasta su llegada a Ginebra. La suya es una escritura ágil y transparente que emociona porque sabe transmitir la dimensión heroica del “salvamento” del patrimonio.

Nueva versión y puesta al día de otras publicaciones del autor, la aportación del libro no sólo consiste en la restitución de la memoria de un episodio marginado o ignorado, sino especialmente la exhumación de materiales para la reflexión… y también para la polémica.

Entre otros aspectos, una polémica está abierta: la que cuestiona la necesidad de evacuación de las obras, con los posteriores riesgos que conllevó, especialmente en el Ampurdán, cuando el ejército republicano en desbandada se retiraba hacia Francia. Fue entonces, a principios de 1939, cuando de una manera improvisada y precipitadamente, las obras cruzaron la frontera en condiciones dramáticas, bajo los bombardeos de la Legión Cóndor y con las fuerzas nacionalistas a pocos kilómetros. Un comité internacional semioficial -formado por los directivos de los principales museos de las democracias occidentales- había pactado con los responsables republicanos la expatriación del patrimonio artístico a la sede de la Sociedad de las Naciones en Ginebra. Sin embargo, el acuerdo presentaba graves problemas jurídicos. Este comité fue una iniciativa personal de Sert y el acuerdo se gestó a espaldas tanto del Gobierno de la República como del de Burgos. A los republicanos -ya sin ninguna autoridad y cuando se batían en retirada a Francia- no les quedó otra alternativa que aceptarlo. En el acuerdo se explicitaba que aquel patrimonio era un bien común de la nación española y se señalaba el compromiso de su devolución una vez restablecida la paz. Esto significaba que la devolución era independiente al signo político del gobierno y que la condición de la devolución era la restauración de la “paz”. En fin, el “salvamento” se ha calificado de locura y de milagro. Milagro, porque la mayor parte de las piezas-no todas- volvieron. Colorado Castellary se interesa especialmente por las obras del Prado y éste es el objeto de su estudio. Pero hubiera sido interesante que se explicara lo que sucedió con las joyas y el oro que acompañaba al patrimonio artístico dispuesto en el norte de Cataluña y que según parece acabaron en el yate “Vita” con destino a México. ¿Cómo cruzaron estos cargamentos la frontera? ¿Cómo se les separó de los objetos artísticos y con qué criterios? Dilucidar estos delicados aspectos posiblemente aportaría una nueva perspectiva.

El DVD que acompaña y complementa el libro con un documental realizado por Alfonso Arteseros con testimonios y protagonistas de la época. Además, se incorporan y contrastan las opiniones de una serie de expertos. Unos aprueban la oportunidad de la evacuación. Otros, al contrario, la denuncian, al menos en los términos que se hizo. De ahí que el profesor José álvarez Lopera afirme que, efectivamente, el salvamento fue una gesta heroica, pero heroica por falta de planificación política: la heroicidad de los técnicos y las personas que velaron directamente el tesoro no corresponde con el comportamiento de los políticos…

A la luz de la documentación manejada, efectivamente existen puntos oscuros sobre las motivaciones y fines de la evacuación. Es evidente que la presión de los bombardeos -así como la actuación incontrolada de la milicia- hacía necesario tomar precauciones. Pero, había muchas posibilidades a contemplar, al menos sobre el papel. Se ha señalado que quizás se hubieran podido acondicionar los sótanos del Prado, o construir búnkeres en Madrid, o utilizar las cámaras acoradas del Banco de España. También hubiera sido posible negociar con el enemigo una zona neutral, acaso buscar el auxilio de organismos internacionales o inmovilizar el patrimonio con exposiciones internacionales en territorio extranjero como hicieron, en parte, los catalanes…

Hay un aspecto muy significativo: el Gobierno de la República dispuso que el tesoro siempre le siguiera allí donde estuviera. Su voluntad era tener un estricto control sobre él. En palabras de Pérez Rubio, responsable directo del salvamento en la zona republicana: “El Gobierno había tomado la decisión de que las obras de arte le acompañaran siempre”. El grueso del patrimonio se dirigió a Valencia cuando Azaña con su equipo se instaló en aquella ciudad por las circunstancias de la Guerra. Y luego, ambos -patrimonio y responsables políticos- se trasladaron a Cataluña, bajo la presión de los nacionales. Interesa señalar esta asociación: Gobierno republicano y tesoro cultural. Se trataba de articular una imagen de la República vinculada a la cultura, una especie de estrategia de propaganda. Tal vez con ello se buscara una especie de expiación por el saqueo del patrimonio religioso. O también podría considerarse otras hipótesis: una especie de escudo o una reserva para adquirir material de guerra. En todo caso esta asociación era una instrumentalización del arte y el patrimonio para una finalidad política. 


En este sentido, el de la instrumentalización de la cultura, el comportamiento de los nacionales no fue distinto. Ellos también intentaron rentabilizar políticamente “el salvamento” y la devolución de las obras después de que el tesoro se dispusiera en Ginebra. Las circunstancias habían cambiado -ya no hay acciones heroicas, al contrario- pero el problema es el mismo: la utilización de la cultura como una caja de resonancia propagandística. La primera exposición internacional del Régimen -y su primer triunfo en el plano cultural y político- fue la exposición realizada con una selección de obras maestras del Prado procedente del “salvamento” y celebrada en Ginebra en verano de 1939. La idea clave que sobrevuela el libro es la utilización de la cultura, la apropiación del aura del arte convertido en propaganda. 


  
El acuerdo de Figueras
 De cómo salieron las obras del Prado de una mina catalana

En marzo de 1938, cuando la ofensiva de los nacionales en su carrera hacia Levante se intensifica, el Gobierno republicano decide trasladarse, junto con las obras del Prado, a Barcelona, donde fueron depositadas en el castillo de Peralada, en el de Figueras e incluso en una mina de talco. No será su último viaje. En la Nochebuena de 1938, Franco lanza su ataque final sobre Cataluña y lo que queda del Ejecutivo tricolor decide sacar las pinturas del país. Se firma entonces el acuerdo de Figueras, un documento inédito localizado por Colorado en donde se acuerda trasladar los cuadros a Francia y se especifica que son patrimonio español y que, terminada la guerra debían regresar.

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/23033/Exodo_y_exilio_del_Arte


Prólogo de 'Éxodo y exilio del arte'

Arturo Colorado Castellary

28 de junio de 1939, en el pueblecito de Collonges-sous-Salève, Manuel Azaña, ya en el exilio y poco antes de su muerte, recordaba, en una carta dirigida a su amigo Ángel Ossorio, su estancia en enero de ese mismo año en el castillo de Peralada, última residencia del Presidente de la República antes de abandonar tierras españolas y uno de los depósitos más importantes de las obras de arte evacuadas desde Madrid:

Repetidamente le llamé la atención a Negrín. «El Museo del Prado -le dije- es más importante para España que la República y la monarquía juntas.» «No estoy lejos de pensar así», respondió. «Pues calcule usted qué sería si los cuadros desaparecieran o se averiasen gravemente.» «Un gran bochorno.» «Tendría usted que pegarse un tiro», le repliqué. Negrín me informó de que se hacían trabajos en una mina, para aprovecharla como depósito. Resultó ser la de La Bajol. Pero en cuanto a poner en salvo anticipadamente todos los museos, no se hizo nada. De la verdadera situación de todo esto, no me enteré hasta que fui a residir en Peralada. Debajo de nuestro comedor estaban los Velázquez. (...) Cada vez que bombardeaban en las cercanías, me desesperaba. Temí que mi destino me hubiese traído a ver el museo hecho una hoguera. (...) El del tiro hubiese sido yo.

¿Qué había ocurrido para que lo más destacado del «tesoro artístico español» -expresión muy de la época- estuviera afrontando el momento más grave de toda su historia tan lejos de sus lugares habituales de exposición?

Casi tres años antes, el pronunciamiento militar de los generales insurrectos de julio de 1936 había fracasado en su intento de hacerse con el poder total. Pronto España quedó dividida en dos bandos que se combatirían con saña a lo largo de una larga guerra civil de tres años. En el transcurso de tan interminable guerra, el patrimonio artístico de la nación estuvo sometido a todo tipo de peligros, de saqueos y de incendios, de bombardeos y de ataques indiscriminados. Numerosos fueron los edificios históricos destruidos y también las obras que desaparecieron. Difícil es cuantificar todo lo que España perdió de su patrimonio histórico-artístico durante aquellos terribles años.

La historia que vamos a narrar aquí constituye seguramente la mayor empresa de salvamento y traslado de obras de arte de toda la historia. Es una de las aventuras más sorprendentes que pueda imaginarse y, a la vez, es una historia prácticamente desconocida por los españoles, a pesar de que gracias a estos acontecimientos el Museo del Prado, los fondos de El Escorial, del Palacio Real de Madrid, de los monasterios de las Descalzas Reales y de la Encarnación, la colección del Duque de Alba... siguen existiendo.

Me encontraba en el archivo del palacio de Naciones Unidas de Ginebra en mayo de 1984, investigando sobre las pinturas de José María Sert que decoran la Sala Francisco de Vitoria de dicho edificio, cuando un solícito archivero me preguntó si quería ver la caja que contenía la documentación referente al tesoro artístico español. Le contesté un sí dubitativo atraído por la curiosidad investigadora. Añadió que la documentación acababa de ser desclasificada como reservada y que, por lo tanto, sería el primero en consultarla. Pocas veces en mi vida he sentido tanta emoción al abrir aquella caja e ir desvelando una documentación inédita que mostraba una historia riquísima de tensiones internacionales, de esfuerzos titánicos por salvar un patrimonio en peligro, pero también plagada de mentiras y mezquindades. Volví los días siguientes y fui fotocopiando aquella maravilla, auténtico tesoro para un historiador.

Desde entonces, a través de la investigación y de la escritura, me uní a los pocos autores que llevaban años reivindicando la labor de todos aquellos que participaron en tan arrojada epopeya, labor que fue sometida a una amnesia total durante el franquismo -como tantos temas de la República y de la guerra-, cuando no se malinterpretó intencionadamente. Después, durante la Transición, comprobaríamos que parecía existir una especie de acuerdo tácito entre los partidos -en el poder o en la oposición- para olvidar todo lo referente a la guerra y al franquismo.

A pesar de ello, algunos de los protagonistas del salvamento y protección del patrimonio artístico durante la guerra fueron los que iniciaron el camino de la reivindicación. Desde el exilio se escribieron importantes y sentidos testimonios. María Teresa León, que estuvo al frente de la empresa de salvamento al principio de la guerra, publicó en Buenos aires en 1944 La historia tiene la palabra (Noticia sobre el salvamento del Tesoro Artístico). El libro, ampliamente ilustrado, titulado Salvamento y protección del tesoro artístico español durantre la guerra, de José Lino Vaamonde, el que fuera durante la guerra arquitecto encargado de la protección del Museo del Prado y activo colaborador de Timoteo Pérez Rubio, fue publicado en Caracas en 1973. Después, a la vuelta del exilio, les siguieron en la tarea el poeta Rafael Alberti con La arboleda perdida (segunda parte), y el cartelista Josep Renau, Director General de Bellas Artes de la República durante la guerra, con Arte en peligro. Todos éstos son testimonios esenciales de varios de los protagonistas, centrados especialmente en la labor de protección y evacuación en España, pero ignorando en gran parte la salida del patrimonio al extranjero en 1939 y dejándose los autores arrastrar en varios de sus pasajes por la propia pasión de la experiencia vivida. Quizás fuera por esta causa y por la modestia que le caracterizaba por lo que Timoteo Pérez Rubio no quiso tomar la pluma para dejarnos el que seguramente hubiera sido el más completo testimonio de aquellos años, porque nadie como él conoció toda la labor desarrollada para preservar el patrimonio artístico español, a cuyo frente estuvo desde el inicio hasta la evacuación a Ginebra, el inventario de las obras y la entrega al Gobierno franquista por parte de la Sociedad de Naciones. Ninguno de los autores citados participó en el terrible paso de la frontera de febrero de 1939. Timoteo Pérez Rubio lo dirigió.

Hay que esperar a 1982 para que aparezca la primera aportación historiográfica -documentada y rigurosa- de la mano de José Álvarez Lopera, en la que el autor analiza la labor realizada por las Juntas del Tesoro Artístico y la política de los gobiernos republicanos sobre el patrimonio cultural. A esta aportación se añadía mi investigación, publicada con el título El Museo del Prado y la Guerra Civil, por la pinacoteca madrileña.

El libro que tiene el lector en sus manos es una nueva edición de mi obra publicada por el Museo del Prado en 1991; no se trata por lo tanto de una simple reedición, sino que he revisado, reorganizado y actualizado el texto de entonces y he podido incorporar una nueva documentación que he ido encontrando a lo largo de estos años. En primer lugar, quiero hacer mención de los papeles personales de Timoteo Pérez Rubio a los que su hijo, Carlos Pérez Chacel, tan amablemente me dio acceso. Su esposa, Rosa Chacel, me contó que al regreso de «Timo» a España, después del exilio en Brasil, en 1974, numerosas personas le insistieron para que escribiera sus recuerdos de la época de la guerra, cosa que le tentó y que inició, hasta que José Lino Vaamonde le entregó en Madrid el libro que había publicado recientemente. Me imagino a Timoteo Pérez Rubio aliviado porque otro ya había publicado una obra sobre el tema y podía liberarse de escribir sobre lo que él había hecho, finalmente sobre sí mismo. En el archivo personal de Timoteo Pérez Rubio se encuentra una veintena de folios -unos manuscritos, otros mecanografiados por su nuera Jamilia- con anotaciones sobre lo que iba a constituir un libro o conjunto de artículos sobre el salvamento del tesoro artístico español durante la Guerra Civil, escritos que desgraciadamente nunca terminó y publicó. Destaca en estos textos -a veces meditaciones entrecortadas, en otras ocasiones un relato de los hechos con un sentido narrativo de gran fuerza- el enorme valor humano que se desprende de sus palabras: «Estos recuerdos están dedicados a todos los miembros de la Junta Central del Tesoro Artístico Nacional y miembros de las Juntas Delegadas que hicieron posible la magnífica labor que tanto ennobleció al pueblo español a los ojos del mundo civilizado.»

Con estos «recuerdos» contamos para narrar esta historia. Nadie como Timoteo Pérez Rubio, el que fuera Presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico de la República durante prácticamente toda la guerra, para ayudarnos a contarla. Este hombre sencillo, de campo, natural del pueblecito extremeño de Oliva de la Frontera, de aspecto netamente español, moreno y de cuerpo enjuto, merece todo nuestro reconocimiento, a pesar de que todos los que lo conocieron y trataron -especialmente su mujer, su hijo Carlos, su nuera, sus amigos- lo han evocado siempre como una persona carente del más mínimo sentido de autocomplacencia o de orgullo.

En 1936, Pérez Rubio tenía ya cuarenta años y contaba con una larga trayectoria de pintor, con una estancia de varios años en Italia, becado por la Academia Española de Roma, y una primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1932. Poseía también una amplia experiencia docente -como Catedrático de Dibujo de Segunda Enseñanza- y en la de profesional del museo, como Subdirector del Museo de Arte Moderno de Madrid. Al estallar la guerra, este pintor sin vinculación partidista decidió dejar el pincel y la paleta -la actividad que más amaba- y trocarlos por el «fusil» para poder luchar, con absoluta responsabilidad y honestidad, en el salvamento del patrimonio artístico amenazado de destrucción. Éste fue el compromiso que asumió con la guerra que asolaba su país. Desde este punto de vista, en la España de 1936 a 1939 hubo dos frentes de lucha: el de las armas y el del arte; en el segundo fueron numerosos -desde el intelectual y el artista hasta el simple soldado- los que lo dieron todo por salvar de la destrucción el patrimonio artístico español.

Otros documentos escritos o gráficos encontrados en archivos o nuevos testimonios vienen a enriquecer esta nueva edición, como es el caso destacable de unos escritos mecanografiados por Manuel de Arpe Retamino, conservador del Museo del Prado, que acompañó a las obras en su evacuación y regreso, así como numerosas fotografías de la época de diferentes procedencias.

Mi libro, publicado en 1991 y hace años agotado, se cerraba con un epílogo dedicado a «la deuda pendiente» que -españoles y extranjeros- teníamos con los que «lo dieron todo por salvar un tesoro de valor universal». Desde entonces han pasado más de tres lustros y hay que reconocer que se han dado pasos importantes en el pago de esta deuda de la memoria. Fue primero la ciudad de Ginebra la que quiso conmemorar el quincuagésimo aniversario de la exposición de las obras del Prado celebrada en 1939, que tan honda huella dejó en la ciudad del lago Lemán. La primera institución española en recordar esta epopeya fue el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz, que en el año 1996 montó una exposición dedicada a Timoteo Pérez Rubio, en la que se incluía una parte destinada a rememorar su papel como Presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico de la República. El Museo del Prado ha tardado más de sesenta años en celebrar un homenaje a todos aquellos que en España lo salvaron de las bombas, pero lo importante es que finalmente lo ha hecho mediante el montaje de una exposición, que después fue trasladada a Ginebra.

Hay que citar también las obras que esta investigación y otras sobre el tema han provocado en la creatividad cinematográfica y en la ficción literaria. Habría que citar los documentales realizados en torno a esta historia y la novela Los colores de la Guerra de Juan Carlos Arce, que recrea una aventura, con las licencias que permite la ficción, que tiene como telón de fondo la evacuación a Francia y a Suiza de los cuadros del Prado. Uno de los documentales citados, Salvemos el Prado, también basado en este libro y realizado por Alfonso Arteseros, acompaña a la presente edición como complemento audiovisual de primera importancia, destacando las declaraciones de los actores o testigos que pudimos entrevistar cuando realizamos el rodaje en el año 1989.

Pero la deuda histórica con los salvadores de lo más importante de nuestro patrimonio artístico no ha sido todavía completamente saldada, pues, en primer lugar, son escasos los españoles y los visitantes de nuestro país que sean conscientes de que si pueden seguir admirando las obras del Prado, de El Escorial, del Palacio Real y de tantos museos y monumentos, se debe a aquellos hombres y mujeres que lucharon durante la guerra en el frente del arte. En segundo lugar, y en este caso afecta a lo institucional, todavía no se ha reconocido oficialmente, ni se ha agradecido, el papel desempeñado en esta historia por el «Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles», constituido con toda urgencia al final de la guerra por los dirigentes de los museos de los países democráticos para intervenir directamente en el escenario bélico y evacuar las obras, como narramos en este libro.

Una labor desarrollada a lo largo de tres años y que supuso el salvamento, protección y evacuación de lo más granado del patrimonio artístico español no pudo ser obra de una sola persona y ni siquiera de unos pocos. Todos los miembros de las Juntas del Tesoro -intelectuales y artistas, técnicos y soldados- y del Comité Internacional que intervino en febrero de 1939, merecen ser recordados como participantes en la mayor empresa de salvamento artístico de la historia. Recordar y popularizar esta empresa, manteniendo viva su memoria, será el paso definitivo para saldar nuestra deuda con todos ellos.

No se trata, al mismo tiempo, de una simple cuestión de justicia histórica y de reconocimiento, es también una tarea ineludible de actualización de la cuestión de los peligros que sufren los espacios y objetos culturales en época de conflicto. Están muy cercanas, además de las terribles pérdidas humanas, las destrucciones del patrimonio en la guerra de la antigua Yugoslavia y el daño infligido al patrimonio cultural e histórico de Iraq, donde hemos visto durante la conquista norteamericana arder la Biblioteca Nacional y los saqueos de los museos arqueológicos de Bagdad, Tikrit y Mosul y la venta fraudulenta en los mercados internacionales de los botines obtenidos. También hace poco hemos visto estupefactos cómo ante las cámaras de la televisión internacional los talibanes afganos demolían las colosales estatuas de Buda en Bamiyán. El tema sigue siendo de absoluta y rabiosa actualidad.

http://www.adn.es/cultura/20080418/NWS-0797-exilio-arte-prado-guerra-civil.htm 

Tributo a los 'rescatadores' del Prado
La deuda tiene siete décadas. La contrajo una nación con un puñado de decididos héroes fanáticos del arte, poco dados a pensar que el genio tiene que ver con las nacionalidades o los pasaportes. Doce responsables de nueve museos de todo el mundo, después de días de lucha, negociación y tensión, lograron hacer trasladar en 71 camiones las obras maestras del Museo del Prado por la frontera con Francia para cargarlas en un tren desde Perpiñán hasta Ginebra. Fue en febrero de 1939. La pinacoteca madrileña conserva hoy lo que lleva dentro, de Las meninas aLa carga de los mamelucos, entre otras cosas, por la acción de un comité internacional compuesto por representantes de nueve museos de todo el mundo que, alentados desde París por José María Sert, lograron que una colección que había emprendido una fuga nómada al principio del conflicto quedase a salvo en la Sociedad de Naciones de Ginebra.

Transporte de Venus y la música de Tiziano al Museo de Arte y de Historia.

El lunes, 25 de enero de 2010, en un homenaje con representantes de aquellos museos -Louvre, National Gallery, Tate, Wallace Collection de Londres, Museo de Arte e Historia de Ginebra, Rijkmuseum de Ámsterdam, Metropolitan de Nueva York, Museos Reales de Bellas Artes de Bruselas y Museos Nacionales Franceses-, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, les impondrá la Orden de las Artes y las Letras, otorgada ayer en el Consejo de Ministros. Después se inaugurará la exposición Arte salvado en plena calle y por la tarde dará comienzo el congreso internacional Patrimonio, guerra civil y posguerra, dirigido por Arturo Colorado, experto de la Universidad Complutense, y organizado por la Sociedad Española de Conmemoraciones Culturales (SECC).

En la imagen, telegrama del 2 de febrero de 1939 del duque de Alba, agente de Franco en Londres,
solicitando la paralización de los bombardeos en la zona de evacuación del patrimonio artístico.

Fue un éxodo con final incierto. Un viaje sin rumbo fijo que terminó con la misión cumplida: salvar de los bombardeos y el saqueo las obras maestras, entre las que había 525 cuadros, 180 dibujos y las joyas del Tesoro del Delfín. El Gobierno de la República encargó en un principio la misión de sacar todo de allí a María Teresa León, esposa de Rafael Alberti. "Pero si hay un protagonista de principio a fin en toda esta historia ése es Timoteo Pérez Rubio, responsable de la Junta del Tesoro Artístico", comenta Colorado. Su labor desde el principio fue la que acabó implicando al comité: "Ellos vinieron a avalar internacionalmente el trabajo que realizaron en España los responsables de la Junta y que produjo el milagro de que hoy conservemos estas obras maestras", afirma Miguel Zugaza, director del Prado.

Las obras no podían ser guardadas en los sótanos del museo ni en los del Banco de España porque se había demostrado que la humedad las dañaba. La determinación del Gobierno fue fundamental. "Se hizo muy bien. Hay que actuar con la cabeza fría en esas circunstancias", asegura Judith Ara, coordinadora de conservación del Prado. El propio Manuel Azaña se ocupaba personalmente y tenía las obras bajo custodia. Él mismo dijo a Juan Negrín: "El Museo del Prado es más importante para España que la Monarquía y la República juntas".

En la imagen, Timoteo Pérez Rubio hablando en la estación de Ginebra con Neil MacLaren, 
delegado británico del Comité Internacional. 13 de febrero de 1939.

Los tesoros viajaron primero hacia Valencia. De ahí a Barcelona y de la capital catalana a Figueres. "Allí se guardaron en tres lugares: el castillo de Perelada, el de San Fernando y en la mina de Talco", relata Colorado, que ha investigado el tema en su libro Éxodo y exilio del arte (Cátedra). Apenas sufrieron daños. "Tan sólo Los fusilamientos del 2 de mayo, que fue rasgado por un balcón a su paso por un pueblo. Son sus heridas de guerra", declara Zugaza.

Pero no siempre el compromiso internacional fue decisivo. De hecho, María Teresa León ataca duramente a los responsables de pinacotecas europeas por desentenderse al principio de la guerra. "Es en 1939 cuando se produce el cambio. Fueron los responsables de los museos a título personal y poniendo dinero de sus bolsillos los que finalmente negociaron con el Gobierno de la República en retirada la necesidad de trasladar las obras a Ginebra. Eso les da todavía mucho más mérito", asegura Colorado.

En la imagen, traslado de las obras de arte al Palacio de las Naciones de Ginebra. 14-17 de febrero de 1939.

El 3 de febrero de 1939 se firmó el acuerdo. Había que conseguir camiones. Los franceses no los proporcionaban. "No sé cómo, el Gobierno se hizo con ellos dentro de España, desalojando soldados y ciudadanos en retirada en circunstancias dramáticas", relata Colorado. Durante cuatro días seguidos, los 71 vehículos partieron hacia Perpiñán, donde se cargarían en un tren hasta Ginebra para pasar a custodia de la Sociedad de Naciones. Quedaron depositadas allí con la condición de no ser devueltas hasta que terminara el conflicto.

La acción marca un precedente histórico. "El del concepto de Patrimonio de la Humanidad. Es la primera vez que representantes de varios países se ponen en marcha coordinadamente para salvar algo que consideran un bien universal", aduce Colorado. "Fue fundamental para el resto de conflictos bélicos", agrega Zugaza. "Los métodos fueron novedosos y sirvieron después para legislar en ese sentido", cree Judith Ara.

En la imagen, recepción de las cajas en el Palacio de las Naciones de Ginebra. 
A la derecha, Jacques Jaujard, delegado del Comité Internacional. 17 de febrero de 1939.

Pero todo tiene sus sombras. El acuerdo finalmente no se respetó. "No, porque el Gobierno de Franco reclamó las obras en marzo y le fueron entregadas en 28 de ese mes, días antes del final", comenta Colorado. Varios cuadros no salieron hasta meses más tarde. Los nacionales acordaron con el cantón de Ginebra que podían realizar una exposición. Se hizo entre junio y agosto aunque la mayoría de las obras fue regresando hacia Madrid. Fue un éxito: 400.000 personas visitaron la muestra y Hitler quiso hacer con ellas una similar en Berlín. Pero cuando se recuperó el tesoro no hubo cuentas a pagar. "Sert escribió insistentemente al Gobierno de Franco para que se abonaran los gastos de traslado al menos al comité. Para él era una deuda moral", según Colorado.

En la imagen, análisis de estado e inventario de El triunfo de la muerte de Peeter Brueghel el Viejo
procedente del Museo del Prado.

Pero Francisco Franco, que consideraba a ese comité de salvación colaboracionista con los republicanos, no hizo ni caso. El 7 de septiembre regresaron las obras a Madrid. Las conducía un tren que de noche llevaba las luces apagadas para no ser atacado. Se salvaron así de otro conflicto. Justo una semana antes, el primero de septiembre, había comenzado la II Guerra Mundial.

En la imagen, transporte de las obras desde el Palacio de las Naciones al Museo de Arte y de Historia de Ginebra.

En la imagen, llegada del tren con las obras procedentes de Ginebra a la estación
del Norte de Madrid el 9 de septiembre de 1939.
Jesús Ruiz Mantilla, Madrid: Tributo a los 'rescatadores' del Prado, EL PAÍS, 23 de enero de 2010

  FUENTES:

http://carbularte.blogspot.com/2010/01/tributo-los-rescatadores-del-prado.html
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/23033/Exodo_y_exilio_del_Arte
http://www.elpais.com/articulo/cultura/Prado/sorteo/fatal/destino/elpepicul/20080418elpepicul_3/Tes
http://www.museodelprado.es/enciclopedia/enciclopedia-on-line/voz/chefs-doeuvre-du-musee-du-prado-les/

"Todo lo que tengo lo llevo conmigo" Herta Müller


  

"Todo lo que tengo lo llevo conmigo" Herta Müller

Traducción de Rosa Pilar Blanco
Siruela. Madrid, 2010
No ficción histórica, Novela contemporánea
  Leer un capítulo de la novela
SIPNOSIS


Rumania, finales de la II Guerra Mundial.
De las conversaciones con su compatriota y amigo el poeta Oskar Pastior (1927-2006) y con otros supervivientes, Herta Müller reunió el material con el que después escribió esta gran novela. Así, basándose en la historia profundamente individual de un hombre joven, consigue narrar un capítulo todavía casi desconocido de la historia europea y visualizarlo en imágenes inolvidables. La autora ha logrado plasmar la persecución sufrida por los alemanes rumanos en tiempos de Stalin centrándose
en la historia de un solo individuo.



Herta Müller o el destino de la minoría alemana en Rumanía


 La experiencia de la exclavitud 
Müller ha creado en Todo lo que tengo lo llevo conmigo una obra lírica, dramática y comprometida que invita a la fraternidad. Un testimonio sobre los 100.000 rumanos enviados a la reconstrucción de la antigua URSS tras la Segunda Guerra Mundial
Sobre la vida y la muerte en los campos de esclavos durante el régimen soviético es ya considerable el número de testimonios de los supervivientes y de los trabajos de los investigadores en los archivos abiertos tras la caída del bloque soviético. El secretismo absoluto sobre lo que allí sucedía, preocupación constante del régimen, y el régimen mismo, son ilusiones del pasado. Ahora, gracias a los libros de Anne Applebaum -Gulag-, de Gustaw Herling -Un mundo aparte-, de Margarete Buber-Neumann -Prisionera de Stalin y Hitler: un mundo en la oscuridad-, que vienen a agregarse a los vía crucis clásicos de Varlam Shalámov -Relatos de Kolymá- y Solzhenitsin -Archipiélago Gulag-, además de la memoria carcelaria del polaco Alexander Wat -Mi siglo-, por citar algunos de los que se vienen editando en España en los últimos años, se conocen las macrocifras, las grandes magnitudes de la catástrofe, y también se conoce una miríada de detalles, infernales detallitos.
                      Imagen tomada en abril de 1945 en Rumania.                                          
Como es lógico, entre estos libros, los mejores, es decir, los más logrados y más precisos en la transmisión de las impresiones, experiencias y padecimientos de los prisioneros, y por consiguiente los más valiosos como herramientas para la preservación de la memoria e instrucción de las generaciones venideras, si no como valladar para que no se repitan aquellos hechos, son los que han escrito las víctimas. En el terreno de la ficción, además, parece claro que solo éstas están legitimadas para literaturizar aquello. Aquí toda impostura sería bochornosa, como suelen serlo las películas bonistas sobre la Shoa, se filmen o no "por la buena causa". No, aquí todavía hay y debe haber clases. Por eso a la entrada de algunos campos de trabajo siberianos un rótulo informa del precio de la visita para los turistas y añade -esto es sensacional- que la entrada es gratis "para ex prisioneros y descendientes". Por lo menos así lo cuenta Frank Westerman en su excelente Ingenieros del alma.
Claro que hay excepciones a esa regla. Todo lo que tengo lo llevo conmigo, novela de Herta Müller, es una. La escritora alemana-rumana, distinguida el año pasado con el Nobel de Literatura, no fue deportada a la URSS para trabajar como esclava (nació en 1953), pero su madre sí -el señor Müller se alistó en las SS-, y su novela sobre la experiencia de la esclavitud tiene muy poco de ficción y está muy literalmente inspirada en las confidencias de varios supervivientes, especialmente su amigo el poeta Oskar Pastior, nacido en Hermannstadt (Sibiu) y deportado después de la Segunda Guerra Mundial a un campo de trabajo en Ucrania, protagonista y personaje narrador de la novela bajo el alias de Leopold Auberg. Según cuenta Müller en un postfacio sobre su relación con Pastior, "le conté que quisiera escribir sobre ello. Él quiso ayudarme con sus recuerdos. Nos reuníamos con regularidad, él contaba y yo anotaba".
Pastior y Müller pertenecían a la minoría de rumanos de origen germánico, colectividad numérica y económicamente considerable, que en vísperas y durante la Segunda Guerra Mundial fue fuertemente influida y penetrada por la ideología nazi y aportó buen número de reclutas voluntarios a las SS y a la Wehrmacht. En enero de 1945, un total de 100.000 de estos ciudadanos -todos los hombres entre 17 y 45 años y las mujeres entre 18 y 30- fueron enviados a campos de trabajo en territorio soviético para contribuir por tiempo indeterminado a la reconstrucción de la URSS. De éstos, 10.000 fallecieron en los trenes o en los campos, de hambre, frío o enfermedades. Los demás fueron liberados al cabo de cinco años; la mitad de ellos pudieron emigrar a Alemania y Austria, y otros 50.000 regresaron a la Rumania comunista. (A partir de 1958 y sobre todo tras los acuerdos de Willy Brandt con el régimen de Bucarest, docenas de miles de rumanos de origen alemán, so pretexto de "reagrupación familiar" y previo pago de cierta cantidad de las divisas que codiciaba el Estado rumano, pudieron emigrar a la RFA. Después de la caída del régimen comunista emigraron 100.000 alemanes más. Hoy en Rumania queda una comunidad muy reducida).
"Todo lo que tengo lo llevo conmigo...", es la primera frase de la novela, que se repite como salmodia. El relato se distribuye en 64 capítulos breves o fragmentos que empiezan en las postrimerías de la guerra con las primeras experiencias sexuales del narrador, homoeróticas, sórdidas y clandestinas, en un parque nocturno, a los 17 años, y su reclutamiento y transporte junto con otros tres mil presos en un tren de mercancías a un campo en Ucrania para trabajar en un koljós, una fábrica, unas minas, escombreras, línea férrea, obras...
Según avanza el relato y se presenta "el ángel del hambre" que será compañía de esos años cada vez más profunda e íntima, y luego recuerdo imborrable hasta la muerte, la peripecia de Leopold Auberg se fragmenta en escenas breves y elusivas, a menudo de un dramatismo paroxístico, con frases densas de experiencia, ninguna (escena ni frase) previsible ni convencional: aquí, el abogado que roba cucharadas de sopa del plato de su esposa cada vez que ésta desvía la mirada del plato y si ésta le sorprende se excusa: "Total, una cucharada más o menos..."; más allá, la tipología de las distintas clases de piojos (Wat también tiene alguna página sobre el tema); después, el acontecimiento fabuloso de la llegada de una postal de la familia, ¡y qué postal!; luego, un sueño: "En el sueño comprendí con claridad que estaba muerto, pero no me apetecía decírselo a mi madre"; luego, pensamientos delirantes en la frontera del poema surreal, como la liebre blanca que crece en las concavidades de las mejillas de los esclavos, expulsándoles de la vida; la descripción apasionada, propia de un poeta enamorado, de la "armuelle", hierba que se puede cocinar como espinacas, pero en verano se hace leñosa e incomestible...
Libros como esta novela de un lirismo sepulcral, o como los mencionados más arriba, se le harán arduos de transitar a un lector con imaginación sensible (¡perdón!), pero exigen su atención, que les preste su oído siquiera como un mínimo compromiso con la idea de fraternidad.

 IGNACIO VIDAL-FOLCH
Publicado en El País. Babelia (12/06/2010 )
"La vida extrema"

Entrevista a Herta Müller por Cecilia Drey Müller

"Las frases verdaderas están siempre relacionadas con una herida profunda", dice en una entrevista Herta Müller. La Nobel recrea las vivencias de los rumanos de origen alemán deportados a Ucrania en 1945, entre ellos, su madre y el poeta Oskar Pastior.
 Por la puerta de la señorial torre modernista de la Literaturhaus en el centro de Berlín entra una mujer de apariencia frágil, envuelta en amplios ropajes negros. Las facciones duras, nobles, sin edad, le confieren una belleza singular, como de condesa transilvana. Su figura menuda y sumamente discreta pasa inadvertida entre la clientela igualmente discreta del café; solo alguna ceja se alza en respetuosa señal de reconocimiento. Herta Müller (Nitzkydorf, 1953, Rumania, premio Nobel de Literatura 2009) se acerca con el andar de una persona tímida. Habla con voz baja, si bien firme, y con este ligero acento de los rumanos de habla alemana que conservaron durante siete siglos su idioma y sus costumbres del sur de Alemania en esa Rumania multiétnica donde convivieron rumanos, húngaros, judíos, gitanos y búlgaros. Se confiesa agotada por los compromisos que le acarrea el Nobel, aunque sus ojos claros y vivos, la mirada directa, dan fe de una inusual fuerza vital. Sin esta energía tal vez no hubiese logrado abandonar su Rumania natal, todavía en plena dictadura del conducator Nicolae Ceausescu. No hubiese soportado las represalias por negarse a colaborar con la Seguritate, la vigilancia, los interrogatorios, la censura. Ahora lleva un cuarto de siglo viviendo en Alemania, país donde publicó en 1984 su primer libro no censurado, En tierras bajas. Ahora publica en España su última novela, Todo lo que tengo lo llevo conmigo (Siruela).

PREGUNTA. Dos meses antes del fallo del Premio Nobel publicó usted esta novela sobre la deportación de los alemanes de Rumania a campos de trabajo rusos en 1945. ¿Por qué eligió este tema que ha sido silenciado tanto tiempo en Rumania?

RESPUESTA. El tema me ha rondado por la cabeza durante muchos años, pues mi madre fue uno de los deportados, y me he criado con el silencio angustioso en que estaba envuelto, las alusiones veladas, la intuición del sufrimiento que había detrás. En Rumania esto era un tema tabú -y sigue sin ser investigado a fondo- porque evocaba el recuerdo del pasado fascista. A la gente no le gustaba que le recordasen que el Gobierno de Antonescu fue fiel aliado de Hitler. Solo porque el Ejército ruso invadió el país en agosto de 1944 y lo derrocó se produjo en Rumania el súbito cambio de régimen. Todos los soldados rumanos habían participado en las campañas hitlerianas de destrucción de la Unión Soviética, pero, en enero de 1945 -todavía meses antes de que terminara la guerra-, solo los miembros de la minoría alemana fueron enviados a Ucrania para trabajos forzados de reconstrucción. Fueron deportados en nombre de la culpa colectiva, en concepto de trabajos de reparación. Cercan de 100.000 rumanos de origen alemán fueron transportados en vagones de ganado hacia el Este. No sabían adónde los llevaban y, una vez allí, ignoraban cuánto tiempo debían permanecer en los campos de trabajo. Al final fueron cinco años, que pasaron en condiciones inimaginables. Realizaron trabajos extremadamente duros en minas de carbón, en la construcción y en los koljós, las granjas colectivas. No había comida, muchos murieron de hambre. No tenían con qué resistir el frío, la gente trabajaba a la intemperie y moría congelada. Sufrieron todo tipo de infecciones y enfermedades a causa de las terribles condiciones sanitarias y la mayoría de los que sobrevivieron volvieron mutilados o con enfermedades crónicas.

P. ¿Su madre habló con usted de su experiencia?

R. Nadie hablaba voluntariamente de aquello. De mi madre oía desde niña frases como: "El viento es más frío que la nieve", o "una patata caliente es como una cama caliente", o "la sed es peor que el hambre", que metí directamente en la novela. Pero en un momento dado, en el año 2001, me di cuenta de que quedaba cada vez menos gente que me pudiera hablar de lo que le pasó allí. Que cada vez era más difícil acceder a testimonios directos, pues mi madre, que había mantenido contacto con algunos de los deportados en nuestro pueblo después de marcharse a Alemania, me informaba sobre la desaparición de cada vez más conocidos y familiares. Yo siempre me había interesado por este tema, he escrito bastante sobre ello, tanto ensayo como ficción. En todos mis libros anteriores sale, si bien solo de forma secundaria. En Alemania se ha llevado a cabo una larga concienciación histórica, en relación con el fascismo y la guerra, pero en los antiguos países del Este, como Rumania, Hungría o Bulgaria, queda todavía mucho por hacer. Por eso empecé a hacer entrevistas a los supervivientes, viajé a Rumania, a mi pueblo, y hablé con gente que conocía. Sin embargo, no saqué mucho en limpio. Fue Oskar Pastior, el poeta rumano-alemán afincado en Alemania, el primero en hablarme abiertamente. Después, miré en el cementerio de Timisoara la placa dedicada a la memoria de los muertos en los campos de trabajo, que han colocado finalmente, y me apunté nombres que puse a los personajes de la novela, revestidos de las historias que él me había contado.

P. ¿O sea que Oskar Pastior (1927- 2006), que es el álter ego del protagonista, Leo Auberg, no figuraba como punto de partida de su novela?

R. No, había empezado a trabajar en ella antes. Y aunque sabía que él había sido deportado, no me había atrevido a preguntarle. Le tenía una admiración y un respeto enormes, era un gran poeta, un personaje demasiado venerado. No concebía que él se iba a abrir ante mí. Yo era una amiga, pero de otra generación, ¿cómo iba a compartir conmigo sus recuerdos dolorosos? Pero lo curioso fue que cuando le expliqué mi proyecto le gustó. Parecía que tenía no solo ganas, sino necesidad de hablar de esta parte de su vida que había silenciado tantos años. Y así empezó a contarme cosas que yo apuntaba en cuadernos. Llegué a llenar cuatro cuadernos hasta su muerte repentina. Fue algo completamente inesperado. Era mayor, tenía 78 años, pero estaba bien. Y muy ilusionado con el libro porque habíamos acordado escribir la novela a cuatro manos. Existían ya unas treinta páginas.

P. ¿Y qué hizo usted entonces?

R. Primero no hice nada. Estaba paralizada por el dolor de la pérdida, no podía escribir. Había sido un gran amigo, una persona extraordinaria, y durante casi un año estuve de duelo. Después retomé los cuadernos y decidí seguir adelante con la novela por mi cuenta, también en homenaje al amigo.

P. Llama la atención el conocimiento de los lugares y la recreación de las sensaciones físicas: sobre todo, el hambre, pero también el calor, el frío, el agotamiento...
La ambientación de la mina, del campo de trabajo, el paisaje y las condiciones climáticas poseen un verismo increíble. ¿Cómo se hizo con esa información?

R. Para empezar, leí muchísima documentación histórica. Existe toda una literatura sobre los distintos tipos de campos de internamiento rusos, sobre los gulags, los campos de trabajo, etcétera, aparte de los clásicos de Solzhenitsin o Shalámov. De gran ayuda fue también un viaje que hice con Pastior a Ucrania, a la cuenca del Donéts, para visitar los sitios de su cautiverio. No quedaba nada de los barracones del campo, pero sí estaban las minas. Y, sobre todo, ver la amplitud del horizonte, el gran espacio vacío de la estepa, fue fundamental para imaginarme un escenario. Además, disponía, naturalmente, de los apuntes de las largas conversaciones con Pastior, que era de un detallismo tremendo. Se acordaba de todo, y, por cierto, disponía de una mente y de un lenguaje para transmitirlo. Solo un intelectual es capaz de analizar y poner en palabras vivencias tan extremas. A otra persona, que no dispone del instrumento mental y verbal adecuado, simplemente le supera. Oskar Pastior era poeta y había creado un lenguaje para su experiencia. El "ángel del hambre", esa especie de monstruo de la inanición que en la novela acompaña a los deportados a todas partes, es de él. También la "pala del corazón", que directamente es una pala con una hoja en forma de corazón. Me dio tantas metáforas que, sin embargo, corresponden a realidades que derivan exactamente de lo vivido. Hay que añadir que Oskar Pastior mantenía una relación de amor-odio con sus recuerdos. Le perseguían día y noche. Él decía que preferiría no tener que acordarse. De ahí que era capaz de describir meticulosamente los objetos, la gente, los distintos trabajos. En el campo, para sobrevivir mentalmente, había llegado a identificarse con los trabajos que le tocaban, y lo mismo con los materiales. Te hablaba de los distintos tipos de carbón, de arena o de cemento como de un amante. La frase sarcástica del protagonista sobre su jornada en la mina, "Cada turno una obra de arte", es literalmente de él.
P. Entiendo. Como forma de salir de la pasividad del sufrimiento se apropió de esta realidad insoportable. Leo Auberg, en la novela, lo consigue con su imaginación y su lenguaje dadaísta.En su ensayo De cómo se inventa la percepción, habla usted, ya en 1991, de este fenómeno: el ser humano inventa una percepción propia porque "lo que vemos sobrepasa nuestros limites".  

R. Sí, creo que la literatura hace esto, acoge ese tipo de invenciones.

P. ¿De qué manera influye su experiencia personal del totalitarismo en su invención de la percepción? ¿Agudizó su mirada?

R. Yo creo que aquí hay dos temas: por un lado, los factores que llevan a una a la escritura y, por otro, lo que sería una conciencia política. Yo habría desarrollado una conciencia política crítica y resistente de todos modos en Rumania. Ya la tenía antes de empezar a escribir, a los 14 años.

P. En su primer libro,En tierras bajas, nace la "rana alemana", que representa para la niña narradora el espíritu de control y denuncia dentro de la minoría alemana.

R. Sí, la rana alemana fue el primer dictador que conocí. Ya asomaba en la guardería y el colegio. Lo observaba todo ya en mi infancia, de un modo que entonces todavía permanecía abstracto, pero que luego se iba a concretar: el Estado totalitario, la omnipresencia del servicio secreto. Te enseñaba a inventarte no solo una percepción sino una apariencia con la que los podías engañar.

P. En otro ensayo dice que probablemente cada autor tenga solo una única frase propia. ¿Cuál sería la suya?

R. Esta frase, naturalmente, no existe, no puede existir en la práctica. Pero es una frase que una está escribiendo sin cesar, que hace que sigas escribiendo. Es una frase veraz. Una frase que demuestra su verdad por sí misma. Es este tipo de frases que una quiere escribir y que también busco como lectora. En ellas sucede algo contigo. Si después de 30 páginas en un libro no he encontrado una frase así, dejo de leerlo. A mi modo de ver, las frases verdaderas están siempre relacionadas con la experiencia de una perturbación, con una ofensa de la persona, con una herida profunda. Muchas veces estas ofensas tienen que ver con la guerra, con los lager, con los regímenes totalitarios. Piense en la literatura de Imre Kertész, en la de Jorge Semprún -siempre escribe únicamente sobre su experiencia en el campo de Buchenwald-; piense en Lobo Antunes, en Thomas Bernhard o en Aleksandar Tisma, el novelista serbio. Tisma dejó una obra tan fundamental para entender los totalitarismos y no recibió ningún Premio Nobel. Duele de verdad que un autor como Tisma se haya descubierto y galardonado tan tarde, solo por vivir en un país que le engañó por el reconocimiento merecido. De todos modos, escribir no es algo que se hace por diversión. Es más bien lo contrario y, sin embargo, la escritura no te suelta. Cuando finalmente llego a empezar a escribir, me dedico a ello tan obsesivamente que no consigo pensar en otra cosa, día y noche. Me absorbe todas mis fuerzas y cuando termino dejo de escribir por largo tiempo. Yo no soy capaz de escribir siempre.

P. ¿Es entonces, en estas pausas entre libro y libro, cuando trabaja en sus 
poemas-collage?

R. Sí, representan una especie de pasatiempo relajante.

P. ¿Cree que el Nobel beneficia a su obra, al darle una difusión nueva o le perjudica, al reducir la maquinaria mediática sus contenidos complejos a tópicos simplificados y planos?

R. No, mire, yo puedo abstraerme por completo del Premio Nobel. No me siento con él a esta mesa. Naturalmente, significa un bonito reconocimiento, como los otros premios que he recibido. Y, por supuesto, estoy muy agradecida, puesto que para el resto de mi vida ya no necesito preocuparme de cómo llegar a final del mes. Porque esto en mi vida ha sido así a menudo. El premio ni es malo ni es bueno. Y yo, de hecho, gustosamente me olvidaría de él (risa burlona) si la gente no se empeñara en recordármelo constantemente.

CECILIA DREY MÜLLER

 Publicado en El País. Babelia (12/06/2010)


 Imagen tomada en abril de 1945 en Rumania.

 POEMAS COLLAGE de HERTA MÜLLER



                                                     
Para ver y escuchar los poemas en voz de su autora
 "Herta Müller se conmueve en la Feria del libro al recordar a Oscar Pastior" por Rodrigo Zuleta
La escritora Herta Müller, a la que se le concedió el pasado 8 de octubre el Premio Nobel de Literatura 2009, conmovió hoy a los asistentes a un acto en el que habló sobre su novela "Atemschaukel" ("Columpio de la respiración"), con una evocación al poeta Oskar Pastior con quien pensaba escribir el libro antes de que su muerte interrumpiese el proyecto.
"Es tan triste estar sentada aquí hablando de todo eso y recordar además que Oskar Pastior murió durante una feria del libro", dijo Müller, al borde del llanto, en medio de su diálogo con la crítica Felicitas von Lovenberg en la Feria del Libro de Fráncfort (centro-oeste de Alemania).
El público conmovido dedicó un atronador aplauso a la escritora rumano-alemana que antes había estado relatando como había empezado a recabar material para su novela, que cuenta la vida en un campo de trabajo soviético tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
La madre de Müller estuvo en un campo similar -durante cinco años- como muchos miembros de la minoría alemana en Rumanía que, tras la guerra, fueron forzados a trabajar en la reconstrucción de la hoy extinta Unión Soviética, en condiciones muy duras, sin importar la actitud que hubiesen tenido ante el nazismo.
                                                  Herta Müller mit Oskar Pastior                                                      © Christian Hahn
"Siempre quise escribir sobre ese tema, pero no me atrevía a abordarlo de lleno, aunque traté algunos aspectos en ensayos y en mi primer libro", admitió Müller.
Luego, empezó a registrar cómo muchas personas que su madre conocía se iban muriendo y pensó que se iba a quedar sin testigos que le ayudarán a contar la historia.
"Entonces empecé a buscar gente con la cual hablar y así empecé a conversar con Oskar Pastior", explicó Müller.
Las conversaciones hicieron que surgiera el deseo de viajar a Ucrania, donde habían estado los campos de trabajo, lo que fue posible gracias a una beca de trabajo que la Fundación Robert Bosch concedió a los dos escritores en 2004.
"Fuimos con billetes de regreso abiertos para poder volver a Berlín en cualquier momento en caso de que Oskar Pastior sufriera un shock", dijo la poeta.
"Pero ocurrió todo lo contrario, Oskar vivió el viaje como si se tratara de una especie de regreso a casa y empezó a comer desordenadamente, abandonando la disciplina que siempre llevaba a rajatabla para controlar su diabetes", contó Müller.
Pastior le dijo a Müller que le estaba rindiendo un homenaje a los alimentos, al recordar el hambre que había pasado en el campo de trabajo al que había regresado.
Inicialmente, Pastior debía ser sólo un testigo para que Müller pudiera escribir el libro.
"Pero su lenguaje era tan maravilloso que pensé que él no podía ser sólo un proveedor de información", dijo Müller.
Muchas metáforas que aparecen en la novela, como la del Ángel del Hambre que es central en la misma, son originales de Pastior, tal y como admitió la novelista.
"Empezamos a trabajar para escribir el libro juntos, creyendo que teníamos todo el tiempo del mundo porque nadie esperaba su muerte repentina", dijo Müller.
Cuando murió Pastior, el primer día de la Feria de 2006 estando en Fráncfort donde debía participar en varios actos, Müller se quedó sola con un montón de apuntes que no quiso tocar durante nueve meses.
Después, sin embargo, la escritora decidió que su obligación era terminar el libro que tanto había deseado Oskar Pastior y empezó a trabajar, mezclando las experiencias del poeta con la de otros supervivientes con los que había hablado.
  Publicado en 14/10/2009  http://www.adn.es/

Herta Müller:Mi reacción sobre la situación del informante, miedo primero y luego simpatía
Herta Müller, dijo en una entrevista reciente con el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) que, después de enterarse de su condición de informante Oskar Pastior, tenía inicialmente una reacción de miedo - "era como una bofetada y una rabia" - y, a continuación de la compasión, que más tarde se volvió tristemente.
De acuerdo a las revelaciones de la prensa alemana el poeta Oskar Pastior - cuya detención durante cinco años en un campo soviético de los años 50 son objeto de la última novela ("La cuna de la respiración", recientemente traducido del Humanitas Fiction) del Premio Nobel Herta Müller - era un informante de la seguridad entre 1961 y 1968, que buscó asilo político en Alemania.                       
Como se desprende de los documentos solicitados CNSAS recientemente, a su regreso del campamento, fue puesto bajo vigilancia Pastior Seguridad y amenazados con penas de prisión para la homosexualidad y la "poesía antisoviética" ha llegado a firmar un compromiso como informante, bajo el nombre "Otto Stein. Sin embargo, al menos por ahora, en el caso, fuera de la empresa, no había una nota firmada por el poeta alemán nacido en Rumanía.
Escrito por Herta Müller entrevista apareció en la edición del 18 de septiembre del periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung y fue traducido al rumano Alexandru por Al. Şahighian.
FAZ se le preguntó cuando se enteró de que trabajaba para la Seguridad Pastior Oskar y su reacción a Herta Müller dijo: "Cuando después de la muerte de la casa de Oskar Pastior estaba en orden, entre los papeles de muchos han encontrado algunas notas : que viene aquí en 1968, se confesó sin reservas a las autoridades alemanas. "Yo estaba tabula rasa", escribe. Dije entonces aún tenía algo que le confió la cooperación. El contenido fue desconcertante. En unas semanas me enteré de Stefan Sienerth, un historiador de Munich, también originario de Transilvania, cerca de Oskar Pastior informante. Date a conocer su expediente. Oskar Pastior A medida que la Fundación ha decidido aclarar las cosas. Ernesto fue a Bucarest Wichner CNSAS leer el archivo. "
"Mi primera reacción fue de temor. Fue una bofetada, y enojado. Como Sienerth, y ahora mi relación con Ernesto Wichner creciente precisión los detalles, me fui toda la emoción ", dijo a Herta Müller. "El archivo es un sombrío panorama de los años 50 y 60. Las cárceles estaban llenas. Al regresar del campo, trabajó en una fábrica de cajas de Pastior, había matorrales, ahora por fin capaz de asistir a la universidad de Bucarest. Él quería volver a la normalidad, para tener - con un desgastado terca e inquebrantable - su propia vida. Pero la vida nueva ha sido confiscado. El archivo se muestra cómo se vio en todas partes. Varios profesores universitarios y lo buscado. Sus esfuerzos perseguidor principal culminará en un informe. Sus informes son tan viles que nfiori. Él era homosexual, como Pastior. Me pregunto si no es de algún modo una venganza por motivos personales ", continuó el escritor.
"Después de haber sobrevivido al campo de trabajo, enemigo del Estado Pastior alcanzó cinco años de tormentos, porque he escrito algunos poemas sobre los siete sufrieron allí - tienen una gran necesidad interna para escribir. Estos poemas sobre el campo de caja se apoderó de él: "anti-soviético" - y así fue suficiente. Para escapar de la detención, firmó un compromiso de Pastior informante. Al regresar al campamento, llegó a ser un hombre libre, pero los depredadores ", dijo Herta Müller.
"Mi segunda reacción fue la compasión Pastior informante. Y los detalles más te exprima un lado y otro, por más que se pone triste ", dijo Muller.
Además, el escritor dice que nunca Pastior dijo que colaboró con la Securitate, incluso mientras trabajan juntos para el libro "Cuna de la respiración." "Me dijo que después de regresar a casa desde el campamento y en todos los años a partir de entonces, vivió cada día como un hombre perseguido, por temor a ser arrestados él como gay. Siempre fueron capturados homosexual a quien conocía. Eso me dijo a menudo. Pero eso nunca porque algunos poemas sobre el campo tenía que ser tomadas desde el ojo. Yo no estaba hablando sólo de los miles de detalles de la vida cotidiana en el campamento. Y eso fue más que suficiente. Fue muy agotador para él, tan a menudo me preocupaba que no será capaz de soportar tal exactitud que él mismo era necesario. Pero los recuerdos eran para él una necesidad - la exactitud del campo de imágenes casi monstruosa inquietante su cerebro durante sesenta años. Ahora usted puede finalmente confesar que el campamento y aún así la cabeza zvârcoleşte. En tanto quería que esto se describió una vez la malicia ", dijo Herta Muller.
El escritor dice que los reproches Pastior que este compromiso no ha dicho: "Habría que decir. Nunca he perdido la oportunidad de hacerlo, había todo el tiempo, cada vez. Su silencio fue tal vez una decisión clara. Y creo que esta decisión fue un tiempo en general y mucho antes de nuestra amistad. Y porque las cosas no tenían nada que ver conmigo y yo vivimos en el período de Rumania: yo era un niño de siete años, cuando Pastior se convirtió en un informante. Quién sabe, tal vez la enormidad horribles del campo nacional y quería añadir más a la otra. "
"Cuando el juez lo que Oskar Pastior, es importante saber que en Alemania las autoridades de inmigración han sido confiados. Tuvo que escapar de esta carga destructiva que puede respirar libremente, para buscar un nuevo comienzo. Obligado a hacer para que se sentía asco. Pero es probable que la mayoría de los informantes no lo ha hecho antes de su llegada a Alemania, de hecho, algunos de ellos llegaron a Occidente, a pesar de que continuó siendo el "orden de servicio". Tal vez la confesión era una conformidad administrativa Pastior, pero es absolutamente cierto que todos estos lo atormentaba sin cesar. Y la mujer que fue detenida - al parecer, al igual que hoy de manifiesto en el expediente, porque poemas Pastior sobre el campo - Oskar Pastior esta mujer la buscó y la visitó en Alemania poco después de su llegada aquí y habló con ella lo que pasó. Una de las notas de un registro. Y así, la confesión de los procedimientos administrativos, esto también es importante en la forma en que juzgamos Pastior informante. Perfidia de la izquierda que le creer que sus poemas sobre la vida del campamento se han llevado a la detención de la mujer - la sutileza es la diabólica derecha.Es evidente que un hombre como Pastior nunca podría librarse de él! Estoy seguro de que tuvo toda la carga que absolutamente solo y no hablar con nadie al respecto ", dice el escritor.
Además, Herta Müller dice Pastior no estaba en su opinión, "un apasionado denunciante," el hombre "más completo", ya sabes. "Me lo imagino como un soplón Pastior celos - para él era un verdadero infierno. El hombre más consciente que yo sepa. Él era demasiado escrupuloso para decir que su culpabilidad era moderado y tenía pocas razones para decir que era pesado. Eso podría explicar su silencio ", dice el escritor.
Preguntado sobre si cree que su trabajo era el informante va a cambiar su perspectiva sobre la obra literaria, Herta Muller dice: "Él me dijo que el campamento hablaban un idioma que se había roto.Bueno, ahora sé que su lenguaje se rompió Pastior no sólo una vez, pero por segunda vez. ¿Te animas hay texto se pone en la sopa. Se recuperó la suya propia travesti desnudos y palabras. Vulnerabilidad Pastior humor, la diversión de probar la amargura - ahora sabemos que dos pesos tirando de su escala.
Sin embargo, Müller dice que todo lo que aprendió acerca de Oskar Pastior ahora es "completa" la imagen del hombre Oskar Pastior. "El informante Oskar Pastior juzgarlo por los mismos criterios que los otros informantes en mi archivo. Pero para llegar a un resultado diferente. Si Pastior en vivo, cada vez que voy a él cada vez que insistir en la lectura del archivo y escribir sobre él mismo. Pero cada vez que lo hago en sus brazos abrazando a él ", concluye Herta Müller.
            Libros de Oskar Pastior

Oskar Pastior, ganador de la literatura Buchner prestigioso premio alemán-Georg en 2005, murió en 2006 a la edad de 78 años. Nacido en 1927, la comunidad alemana en Rumania, en 1945 Pastior fue deportado a trabajos forzados en la Unión Soviética. Volvió a Rumania en 1949, donde estudia alemán.La ventaja de un día de fiesta en Viena en 1968 para ejecutar de manera permanente en el Oeste.Representante de la poesía frontera absurdo, la poesía sonora Pastior fue influenciado por los dadaístas, las teorías matemáticas del Oulipo y la literatura nacida de las limitaciones. Traductor de Tristan Tzara, Pastior se inspira en el artista experimental de Dada "Lautmalereien.
"Cada palabra sabe algo sobre el círculo vicioso"  Herta Müller
  
Discurso del  Nobel  de Herta Müller


¿TIENES UN PAÑUELO? me preguntaba mi madre cada mañana en la puerta de casa, antes de que yo saliera a la calle. Yo no tenía el pañuelo, y como no lo tenía, regresaba a la habitación y sacaba un pañuelo. No tenía el pañuelo cada mañana, porque cada mañana aguardaba la pregunta. El pañuelo era la prueba de que mi madre me protegía por la mañana. A otras horas del día, más tarde o en otras circunstancias, quedaba a merced de mí misma. La pregunta ¿Tienes un pañuelo? era una ternura indirecta. Una directa hubiera sido penosa, algo que no existía entre los campesinos. El amor se disfrazaba de pregunta. Sólo así podía decirse a secas, en tono de orden, como las maniobras del trabajo. El hecho de que la voz fuera áspera realzaba incluso la ternura. Cada mañana estaba yo una vez sin pañuelo en la puerta, y una segunda vez con pañuelo. Sólo después salía a la calle, como si con el pañuelo también estuviera mi madre.
Y veinte años más tarde estaba hacía tiempo sola en la ciudad, como traductora en una fábrica de maquinarias. A las cinco de la mañana me levantaba, y a las seis y media empezaba el trabajo. Por la mañana resonaba el himno sobre el patio de la fábrica a través del altavoz, durante la pausa del mediodía se escuchaban los coros de los obreros. Pero los obreros, que estaban comiendo, tenían ojos vacíos como hojalata, manos embadurnadas de aceite, y su comida estaba envuelta en papel de periódico. Antes de comerse un trocito de tocino, le quitaban la tinta del periódico rascándola con el cuchillo. Dos años transcurrieron al trote de la cotidianeidad, cada día igual al otro.
Al tercer año se acabó la igualdad de los días. En el transcurso de una semana entró tres veces en mi oficina, a primera hora de la mañana, un hombre gigantesco, de huesos sólidos, con ojos azules centelleantes, un coloso del Servicio Secreto.
La primera vez me insultó de pie y se marchó.
La segunda vez se quitó el impermeable, lo colgó en una percha del armario y se sentó. Aquella mañana yo había traído de casa unos tulipanes y los estaba acomodando en el florero. El tipo me observaba y alabó mi inusual conocimiento del ser humano. Su voz era resbaladiza. Sentí un gran desasosiego. Impugné su elogio y le aseguré que sabía algo de tulipanes, pero nada del ser humano. Entonces me dijo en tono malicioso que él me conocía mejor que yo a los tulipanes. Luego se colgó del brazo el impermeable y se marchó. La tercera vez se sentó y yo permanecí de pie, porque había dejado su cartera sobre mi silla. No me atreví a ponerla en el suelo. Me insultó tratándome de necia redomada, holgazana, putilla, tan corrompida como una perra vagabunda. Empujó los tulipanes hasta casi el borde de la mesa, en cuyo centro puso una hoja de papel vacía y un lápiz. Rugió: escribe. De pie, empecé a escribir lo que me iba dictando. Mi nombre con fecha de nacimiento y dirección. Y después que yo, independientemente de la proximidad o del parentesco, no le diría a nadie que..., y entonces llegó la horrible palabra: colaborez, iba a colaborar. Esta palabra ya no la escribí. Puse el lápiz a un lado y me dirigí a la ventana, por la que miré hacia la polvorienta calle. No estaba asfaltada, baches y casas gibosas. Y esa calleja ruinosa se llamaba, encima, Strada Gloriei: calle de la gloria. En la calle de la gloria había un gato trepado en la morera desnuda. Era el gato de la fábrica y tenía una oreja desgarrada. Encima de él brillaba el sol matinal como un tambor amarillo. Dije: N-am caracterul. No tengo este carácter. Se lo dije a la calle, fuera. La palabra CARÁCTER puso histérico al hombre del Servicio Secreto. Rompió la hoja y tiró los trozos al suelo. Pero probablemente se le ocurrió que tendría que presentarle a su jefe la prueba de que había intentado incorporarme a su red de espionaje, porque se agachó, recogió todos los trozos en una mano y los metió en su cartera. Luego lanzó un profundo suspiro y, en medio de su derrota, arrojó hacia la pared el florero con los tulipanes, que se estrelló y crujió como si hubiera dientes en el aire.
Con la cartera bajo el brazo dijo en voz queda: esto lo pagarás muy caro. Te ahogaremos en el río. Como hablando conmigo misma dije: Si firmo eso ya no podré vivir conmigo y tendría que hacerlo yo. Mejor háganlo ustedes. Y al instante la puerta de la oficina ya estaba abierta y él se había marchado. Y fuera, en la Strada Gloriei, el gato de la fábrica había saltado del árbol al tejado de la casa. Una de las ramas se mecía como un trampolín. Al día siguiente comenzó el tira y afloja. Yo debía desaparecer de la fábrica. Cada mañana a las seis y media tendría que presentarme ante el director, con el que cada mañana estaban el jefe del sindicato y el secretario el Partido. Y así como en otros tiempos me preguntaba mi madre: ¿tienes un pañuelo? ahora me preguntaba cada mañana el director:  
¿Has encontrado otro trabajo? Y yo le respondía cada vez lo mismo: 
No estoy buscando ninguno. Estoy a gusto aquí en la fábrica, quisiera quedarme hasta la jubilación.
Una mañana llegué al trabajo y mis voluminosos diccionarios estaban en el suelo del pasillo, junto a la puerta de mi oficina. La abrí, y había un ingeniero sentado a mi escritorio. Me dijo:
"aquí se llama a la puerta antes de entrar. Ahora estoy aquí yo, y tú ya no tienes nada que hacer en este despacho".  
A casa no podía irme, porque habrían tenido un pretexto para despedirme por faltar sin permiso. Ahora no tenía oficina, y con mayor razón tenía que ir cada día normalmente al trabajo, por ningún motivo debía ausentarme.
Una amiga, a la que cada día se lo contaba todo en el camino de vuelta a casa por la Strada Gloriei, me dejó compartir al principio una esquina de su escritorio. Pero una mañana se plantó ante la puerta de la oficina y me dijo: 
"No me autorizan a dejarte entrar. Todos dicen que eres una soplona".
Las trabas y vejaciones se enviaban hacia abajo, los rumores empezaron a propagarse entre los colegas. Eso era lo peor. Contra los ataques uno puede defenderse, contra la calumnia es impotente. Yo contaba cada día con todo, incluso con la muerte. Pero con esa perfidia no sabía qué hacer. Ningún cálculo la volvía soportable. La calumnia nos atiborra de mugre, y nos asfixiamos porque no podemos defendernos. En opinión de mis colegas yo era exactamente aquello a lo que me había negado. Si los hubiera espiado y delatado, habrían confiado en mí sin sospechar nada. En el fondo, me castigaban porque yo los protegía.
Como ahora con mayor razón no podía ausentarme, pero no tenía despacho y a mi amiga no le permitían dejarme entrar en el suyo, me instalé, indecisa, en la caja de la escalera, una escalera que recorrí varias veces de arriba abajo – de pronto volví a ser la hija de mi madre, porque TENÍA UN PAÑUELO. Lo extendí en un escalón entre el primer y el segundo piso, lo alisé para que estuviera como es debido y me senté encima. Me puse en las rodillas mis gruesos diccionarios y empecé a traducir descripciones de máquinas hidráulicas. Yo era un chiste malo sobre la escalera, y mi despacho, un pañuelo. En las pausas del mediodía, mi amiga se sentaba en la escalera junto a mí. Comíamos juntas como antes en su oficina y, más antes aún, en la mía. Por el altavoz del patio, como siempre, los coros de los obreros entonaban cantos sobre la felicidad del pueblo. Mi amiga comía y lloraba por mí. Yo no. Debía mantenerme firme y dura. Largo tiempo. Unas cuantas semanas eternas, hasta que me despidieron.
En la época en que yo era un chiste malo sobre la escalera, consulté el diccionario para averiguar la importancia de la palabra ESCALERA. El primer escalón de la escalera se llama PELDAÑO DE ARRANQUE, el último escalón, PELDAÑO DEL DESCANSILLO. Los escalones horizontales que uno pisa encajan lateralmente en las MEJILLAS DE LA ESCALERA, y los espacios libres entre los distintos peldaños se llaman incluso OJOS DE LA ESCALERA. Por las piezas de las máquinas hidráulicas, embadurnadas de aceite, ya conocía las bellas palabras COLA DE GOLONDRINA y CUELLO DE CISNE, para ajustar un tornillo se utilizaba UNA MADRE DE TORNILLO, e igualmente me dejaron asombrada los poéticos nombres de las partes de una escalera, la belleza del lenguaje técnico: mejillas de la escalera, ojos de la escalera – es decir, la escalera tenía un rostro, ya fuese de madera, piedra, cemento o hierro – y los hombres reproducen su propia cara en las cosas más voluminosas del mundo, dan al material muerto los nombres de su propia carne, lo personifican en partes del cuerpo. Y el arduo trabajo sólo les resulta soportable a los especialistas gracias a esa ternura oculta. Cada trabajo, en cada profesión, se rige por el mismo principio de la pregunta de mi madre sobre el pañuelo.
Cuando yo era niña, en casa había un cajón destinado a los pañuelos. En él se alineaban tres pilas en dos hileras, una detrás de la otra:
A la izquierda, los pañuelos de hombre, para el padre y el abuelo.
A la derecha, los pañuelos de mujer, para la madre y la abuela.
En el centro, los pañuelos de niño, para mí. Aquel cajón era nuestro retrato de familia en formato de pañuelo. Los pañuelos de hombre eran los más grandes, tenían un borde oscuro de color marrón, gris o burdeos. Los pañuelos de mujer eran más pequeños, con borde azul celeste, rojo o verde. Los pañuelos de niño eran los más pequeños, sin borde, pero en el cuadrado blanco había flores o animales pintados. Entre los tres tipos de pañuelos había los que se usaban los días laborables, en la hilera anterior, y los que se usaban los domingos, en la hilera posterior. Los domingos, el pañuelo debía hacer juego con el color de la ropa, aunque no se viera.
Ningún otro objeto en la casa, ni siquiera nosotros mismos, nos resultaba tan importante como el pañuelo. Podía utilizarse para una infinidad de cosas: resfriados, cuando la nariz sangraba o había alguna herida en la mano, el codo o la rodilla, cuando uno lloraba o lo mordía para reprimir el llanto. Un pañuelo frío y húmedo en la frente aliviaba el dolor de cabeza. Con cuatro nudos en las esquinas servía para protegerse del sol o de la lluvia. Cuando uno quería acordarse de algo, hacía un nudo en el pañuelo como artificio mnemotécnico. Para cargar bolsas pesadas se envolvía en él la mano. Si ondeaba era una señal de despedida cuando el tren salía de la estación. Y como tren se dice en rumano tren, y en el dialecto del Banato lágrima (Träne) se dice trän, en mi cabeza el chirrido de los trenes sobre los rieles equivalía siempre al llanto. En la aldea, cuando alguien moría se le ataba enseguida un pañuelo en torno a la barbilla para que la boca permaneciera cerradacuando pasaba la rigidez cadavérica. Cuando en la ciudad alguien se desplomaba al borde del camino, siempre había un transeúnte que con su pañuelo cubría la cara del muerto, y así el pañuelo pasaba a ser su primer reposo mortuorio.
A última hora de la tarde, los días calurosos del verano, los padres enviaban a sus hijos al cementerio para que regasen las flores. Nos juntábamos dos o tres e íbamos de una tumba a la otra, regando rápidamente. Luego nos sentábamos, muy pegados unos a otros, en las escaleras de la capilla y observábamos cómo de algunas tumbas subían nubecillas de vapor blanco. Volaban un ratito en el aire negro y desaparecían. Para nosotros eran las almas de los muertos: Figuras zoomórficas, gafas, frasquitos y tazas, guantes y medias. Y de vez en cuando un pañuelo blanco con el borde negro de la noche.
Más tarde, conversando con Oskar Pastior para escribir sobre su deportación a un campo de trabajos forzados soviético, me contó que una anciana madre rusa le regaló una vez un pañuelo blanco de batista. Tal vez tengáis suerte tú y mi hijo, y podáis regresar pronto a casa, dijo la rusa. Su hijo tenía la misma edad que Oskar Pastior y estaba tan lejos de casa como él, en la dirección opuesta, dijo, en un batallón de castigo. Oskar Pastior había llamado a su puerta como un mendigo medio muerto de hambre, quería cambiarle un trozo de carbón por un poquito de comida. Ella lo hizo entrar en la casa y le dio un plato de sopa. Y cuando la nariz de Oskar empezó a gotear en el plato, le dio el pañuelo blanco de batista, que nadie había usado todavía. Con un borde calado de bastoncillos y rosetas impecablemente bordados con hilos de seda, el pañuelo era una belleza que abrazó e hirió al mendigo. Un híbrido; por un lado un consuelo de batista; por el otro, una cinta métrica con bastoncillos de seda, las rayitas blancas en la escala de su desamparo. El mismo Oskar Pastior era un híbrido para esa mujer: un mendigo extraño en la casa y un hijo perdido en el mundo. En esas dos personas lo había hecho feliz y le había exigido demasiado el gesto de una mujer que para él también era dos personas: una rusa extraña y una madre preocupada con la pregunta: ¿Tienes un pañuelo?
Desde que me enteré de esta historia también yo tengo una preguntaes: ¿Tienes un pañuelo? válida en todas partes y se halla extendida sobre medio mundo en el brillo de la nieve entre la congelación y el deshielo? ¿Cruza todas las fronteras pasando entre montañas y estepas hasta adentrarse en un gigantesco imperio sembrado de campos de trabajos forzados? ¿No hay manera de dar muerte a la pregunta ¿tienes un pañuelo? ni siquiera con la hoz y el martillo, ni siquiera en el estalinismo de la reeducación a través de tantos campos de trabajos forzados?
Aunque hace décadas que hablo rumano, en la conversación con Oskar Pastior me percaté por primera vez de que en rumano pañuelo se dice batista, de nuevo la sensual lengua rumana, que simplemente lanza con apremio sus palabras hasta el corazón de las cosas. El material no da ningún rodeo, se designa como pañuelo listo, como batista. Como si cada pañuelo fuera de batista en todo tiempo y lugar.
Oskar Pastior guardó en la maleta el pañuelo como reliquia de una doble madre con un doble hijo. Luego se lo llevó a casa tras cinco largos años en el campo de trabajos forzados. ¿Por qué? – su pañuelo blanco de batista era esperanza y miedo, y cuando uno renuncia a la esperanza y al miedo, muere.
Después de la conversación sobre el pañuelo blanco me pasé media noche pegándole a Oskar Pastior un collage sobre un papel blanco:
Aquí bailan puntos dice Bea
entras en un vaso de leche de tallo largo
ropa interior blanca tina de zinc gris verde
contra reembolso se corresponden
casi todos los materiales
mira aquí
yo soy el viaje en tren y
la cereza en la jabonera
nunca hables con hombres extraños
 ni acerca de la Central
Cuando a la semana siguiente fui a su casa a regalarle el collage, me dijo: encima debes pegar: “PARA OSKAR”. Yo le dije: Lo que te doy, te pertenece, y tú lo sabes. Él dijo: debes pegarlo encima, tal vez el papel no lo sepa. Me lo llevé de nuevo a casa y encima pegué: para Oskar. Y se lo volví a regalar la semana siguiente, como si hubiera regresado la primera vez de la puerta sin pañuelo y ahora estuviera por segunda vez en la puerta con pañuelo.
Con un pañuelo termina también otra historia:
El hijo de mis abuelos se llamaba Matz. En los años treinta lo enviaron a Timişoara a estudiar finanzas para que se hiciera cargo del negocio de cereales y de la tienda de ultramarinos de la familia. En la Escuela enseñaban maestros del Reich alemán, auténticos nazis. Al concluir sus estudios Matz quizás había recibido, de paso, una capacitación en finanzas, pero sobre todo recibió una formación de nazi – un lavado de cerebro planificado. Cuando salió de la escuela, Matz era un nazi fervoroso, un convertido. Ladraba consignas antisemitas, era inalcanzable como un débil mental. Mi abuelo lo reprendió repetidas veces, diciéndole que debía toda su fortuna sólo a los créditos de hombres de negocios judíos amigos suyos. Y al ver que esto no servía de nada, lo abofeteó varias veces. Pero a su hijo le habían trastornado el juicio. Jugaba a ser el ideólogo de la aldea, vejaba a los muchachos de su edad que se negaban a ir al frente. En el ejército rumano ocupaba un puesto de oficinista. Pero de la teoría quiso pasar a la práctica. Se presentó voluntario en las SS, quería ir al frente. Unos meses después regresó a casa para casarse.
Tras haber sido testigo de los crímenes en el frente, aprovechó una fórmula mágica válida para escaparse unos días de la guerra. Esa fórmula mágica era: permiso por boda.
Mi abuela tenía dos fotos de su hijo Matz en el fondo de un cajón, una foto de la boda y una foto de la muerte. En la foto de la boda se ve una novia vestida de blanco, una mano más alta que él, esbelta y seria, una virgen de yeso. Sobre su cabeza hay una corona de cera como hojas nevadas. Junto a ella está Matz con su uniforme nazi. En vez de ser un novio, es un soldado. Un soldado de la boda y su propio último soldado de la patria. Apenas volvió al frente, llegó la foto de la muerte. Y en ella un último soldado destrozado por una mina. La foto de la muerte es del tamaño de una mano, un campo negro, en el centro un paño blanco con un montoncito gris de restos humanos. Sobre el fondo negro, el paño blanco parece tan pequeño como un pañuelo de niño cuyo cuadrado blanco tiene pintado en el centro un dibujo extraño. Para mi abuela esa foto también tenía su híbrido. En el pañuelo blanco había un nazi muerto, en su memoria, un hijo vivo. Mi abuela dejó esa doble foto todos aquellos años en su devocionario. Rezaba cada día. Probablemente sus oraciones también tenían doble fondo. Probablemente seguían el hiato entre el hijo querido y el nazi obcecado y pedían también al Señor Dios que hiciera el espagat de amar a ese hijo y perdonar al nazi. Mi abuelo había sido soldado en la Primera Guerra Mundial. Sabía de qué estaba hablando cuando decía a menudo y en tono amargo, refiriéndose a su hijo Matz: "Sí, cuando ondean al viento las banderas, el juicio se pierde en las trompetas". Esta advertencia también era aplicable a la siguiente dictadura, en la que me tocó vivir a mí misma. A diario se veía cómo el juicio de los pequeños y grandes oportunistas se perdía en las trompetas. Yo decidí no tocar la trompeta.
Pero de niña tuve que aprender a tocar el acordeón contra mi voluntad. Pues en la casa se había quedado el acordeón rojo de Matz, el soldado muerto. Las correas del acordeón eran demasiado largas para mí, y para que no se resbalaran por mis hombros, el maestro de acordeón me las ataba a la espalda con un pañuelo.
Se puede decir que precisamente los objetos más pequeños, ya sean trompetas, acordeones o pañuelos, terminan atando las cosas más dispares en la vida; que los objetos giran y, en sus desviaciones, tienen algo que obedece a las repeticiones, al círculo vicioso. Uno puede creerlo, mas no decirlo. Pero lo que no puede decirse, puede escribirse. Porque la escritura es un quehacer mudo, un trabajo que va de la cabeza a la mano. De la boca se prescinde. En la dictadura yo hablaba mucho, sobre todo porque había decidido no tocar la trompeta. La mayoría de las veces, hablar tenía consecuencias intolerables. Pero la escritura empezó en el silencio, en aquella escalera de la fábrica donde tuve que sopesar y decidir conmigo misma más cosas de las que podían decirse. El acontecer ya no podía articularse en palabras. A lo sumo los añadidos externos, mas no su dimensión. Esta yo sólo podía deletrearla en mi cabeza, en silencio, en el círculo vicioso de las palabras al escribir. Reaccionaba ante el miedo a la muerte con hambre de vida. Era un hambre de palabras. Sólo el torbellino de las palabras podía captar mi estado y deletreaba lo que no podía decirse con la boca. Yo iba detrás de lo vivido en el círculo vicioso de las palabras, hasta que aparecía algo que no había conocido antes. Paralelamente a la realidad entraba en acción la pantomima de las palabras, que no respeta dimensiones reales, reduce las cosas principales y aumenta las secundarias. El círculo vicioso de las palabras confiere de buenas a primeras una especie de lógica maldita a lo vivido. La pantomima es furiosa y permanece atemorizada y tan adicta como hastiada. El tema dictadura surge ahí espontáneamente, porque la naturalidad ya nunca regresa cuando a uno se la han robado casi por completo. El tema está implícito ahí, pero las palabras se apoderan de mí y llevan al tema adonde quieren. Ya nada es cierto y todo es verdad.
Como chiste malo sobre la escalera estaba yo tan sola como en aquella época, en que de niña, cuidaba vacas en el valle del río. Comía hojas y flores para formar parte de ellas, porque ellas sabían cómo se vive y yo no. Me dirigía a ellas dándoles un nombre. El nombre cardo lechoso debía ser realmente la planta espinosa con leche en los tallos. Pero la planta no escuchaba el nombre cardo lechoso. Entonces yo lo intentaba con nombres inventados: COSTILLA ESPINOSA, CUELLO DE AGUJA, en los que no figuraban ni cardo ni lechoso. En el engaño de todos los nombres falsos ante la planta verdadera se abría el agujero hacia el vacío. La situación ridícula de hablar a solas en voz alta conmigo y no con la planta. Pero la situación ridícula me hacía bien. Yo cuidaba vacas y el sonido de las palabras me protegía. Sentía:
Cada palabra en el rostro
sabe algo del círculo vicioso
y no lo dice
El sonido de las palabras sabe que debe engañar, porque los objetos engañan con su material, y los sentimientos, con sus gestos. En el punto de intersección del engaño de los materiales y de los gestos se instala el sonido de las palabras con su verdad inventada. Al escribir no puede hablarse de confianza, sino más bien de la honestidad del engaño.
Por entonces, en la fábrica, cuando yo era un chiste malo sobre la escalera, y el pañuelo, mi oficina, también encontré en el diccionario la hermosa palabra INTERÉS ESCALONADO, que designa las tasas de interés de un préstamo que van subiendo por tramos. Las tasas de interés son para uno gastos y para otro, ingresos. Al escribir acaban siendo ambas cosas, cuanto más voy ahondando en el texto. Cuanto más me expolia lo escrito, tantomás muestra a lo vivido lo que no había en el vivir. Sólo las palabras lo descubren, porque antes no lo conocían. Allí donde sorprenden a lo vivido es donde mejor lo reflejan. Se vuelven tan apremiantes que lo vivido debe aferrarse a ellas para no deshacerse.
Me parece que los objetos no conocen su material, que los gestos no conocen sus sentimientos y las palabras tampoco conocen la boca que las enuncia. Pero para asegurarnos nuestra propia existencia necesitamos los objetos, los gestos y las palabras. Cuanto más palabras nos es permitido usar, tanto más libres somos. Cuando se nos prohíbe la boca, intentamos afirmarnos con gestos e incluso con objetos. Son más difíciles de interpretar y permanecen un tiempo libres de sospecha. Y así pueden ayudarnos a convertir la humillación en una dignidad que permanece libre de sospecha por un tiempo.
Poco antes de mi emigración de Rumania, el policía de la aldea vino un día muy de mañana a llevarse a mi madre. Ella estaba ya en la puerta cuando se le ocurrió la pregunta: ¿TIENES UN PAÑUELO? Y no lo tenía. Aunque el policía se mostró impaciente, ella volvió a entrar en la casa y sacó un pañuelo. En la comisaría el policía estalló en gritos e improperios. Los conocimientos de rumano de mi madre no bastaban para que comprendiera los rugidos del policía, que luego se marchó del despacho y cerró la puerta con llave desde fuera. Mi madre se pasó el día entero encerrada allí. Las primeras horas sentada a la mesa, llorando. Después empezó a ir de un lado para otro ya limpiar el polvo de los muebles con el pañuelo empapado en lágrimas. Por último cogió el cubo de agua del rincón y la toalla que colgaba de un clavo en la pared y fregó el piso. Me quedé aterrada cuando me lo contó. ¿Cómo has podido fregarle el despacho a ese individuo?, le pregunté. Y ella me respondió, sin ningún reparo: quería hacer algo para matar el tiempo. Y el despacho estaba tan mugriento. Hice bien en llevarme uno de los pañuelos de hombre, grandes.
Sólo entonces comprendí que con esa humillación adicional, pero voluntaria, se había proporcionado dignidad en aquel arresto. En un collage busqué palabras para formularlo:
Yo pensaba en la rosa vigorosa en el corazón
en el alma inservible como un colador
pero el propietario preguntó:
¿quién se acaba imponiendo?
yo dije: salvar el pellejo
él gritó: el pellejo es
sólo una mancha de la batista ofendida
sin juicio.
Me gustaría poder decir una frase para todos aquellos que, en las dictaduras, todos los días, hasta hoy, son despojados de su dignidad, aunque sea una frase con la palabra pañuelo, aunque sea la pregunta: ¿TENÉIS UN PAÑUELO?
Puede ser que, desde siempre, la pregunta por el pañuelo no se refiera en absoluto al pañuelo, sino a la extrema soledad del ser humano.
Traducido por Juan José del Solar Bardelli

Herta Müller pronunció su discurso del Premio Nobel, 7 de diciembre de 2009, en la Academia sueca, Estocolmo. Fue presentada por Peter Englund, secretario permanente de la Academia Sueca. La conferencia fue dictada en alemán.

 
Imagen que ilustra algunos versos de sus palabras de agradecimiento por el premio Nobel- HERTA MÜLLER / FUNDACIÓN NOBEL 2009 
 Página oficial de la Fundación Nobel

Nobel de la Conferencia de Herta Müller(37 minutos)

 http://nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1220&view=1



Biografia

Herta Müller (  Nitchidorf,Timis, Rumanía, 17 de agosto 1953),  es una novelista, poetisay ensayosta rumano-alemana  galardonada con el premio Nobel de Literatura de 2009

En su  biografía es importante destacar el lugar de nacimiento y transcurso de los primeros años de vida de la autora ya que tuvo una influencia decisiva en su obra. Herta Müller nace en el Banato es una región del occidente rumano que se creó de modo artificial y que anteriormente al período rumano fue territorio austro-húngaro con lo que se crearon allí unas minorías de germano-hablantes, de húngaros, de serbo-rumanos y de rumanos puros que vivían aldea con aldea y no mantenían casi ningún tipo de relación ya que sus raíces culturales y lingüísticas eran totalmente diferentes

                   Banato
Una pequeña aclaración histórica: El Banato es una región actualmente repartida entre tres países: Rumanía, Hungría y Serbia. Su capital histórica es Timisoara, ciudad rumana de la región de Timis. El Banato era una región fronteriza gobernada por un Ban, una especie de señor feudal parecido a lo que conocemos como un Marqués (encargado de vigilar la marca del reino). Ha tenido un período dacio, uno búlgaro, uno húngaro, otro otomano, uno más austríaco, un segundo período húngaro; y, por fin, en 1918 en virtud del tratado de Trianon un período rumano, excepto pequeñas zonas serbias y una porción húngara. Con el ascenso de los nazis al poder, los suabos del Banato pasan a ser pueblo alemán y tratan de trasladarlos  al Reich pero como Rumanía entra en la Guerra Mundial no los recolocan en Alemania sino que los enrolan en las SS y la Wermacht(caso del padre de la autora). El ejército Rojo invade Rumanía y todo cambia. Los alemanes que no logran huir sufren en sus carnes el castigo colectivo y muchos de ellos son internados en campos de trabajo soviético como es el caso de los padres de Herta Müller. Ésta nace en 1953 en un pueblo en que la minoría alemana no habla rumano. Ella no lo aprende hasta los 15 años

Nitzkydorf, Rumanía, lugar de nacimiento noble Nobel Herta Müller, es parte de una región de habla alemana en un rincón remoto de Rumania
Su padre sirvió durante la II Guerra Mundial en las Waffen-SS y su madre fue deportada a la Unión Soviética en 1945 y pasó cinco años en un campo de trabajo en Ucrania. Herta estudió filología germánica y rumana en la Universidad del Oeste de Timisoara entre 1973 y 1976. Formó parte del Aktionsgruppe Banat, una tertulia de escritores idealistas rumano-alemanes.Trabajó como traductora técnica entre 1977 y 1979 en una fábrica de maquinaria, pero fue despedida en 1979 por no cooperar con la Securitatea Statului, la policía secreta del régimen comunista rumano; subsistió empleada en una guardería e impartiendo lecciones de alemán, siendo acosada e interrogada más de cincuenta veces por la Securitate. Su primer libro, la colección de cuentos Niederungen, fue publicado en 1982 en Rumanía, pero en versión censurada, como muchas otras obras de esos momentos; dos años más tarde se imprimió entero en Alemania mientras en ese mismo año aparecía Drückender Tango, un libro muy crítico también con la corrupción, la intolerancia y la opresión del régimen comunista de Nicolae Ceauşescu; a causa de esto se le prohibió seguir publicando en su país, aunque sus libros triunfaban, se premiaban y eran muy comentados en Alemania y Austria, contra la unánime oposición de la prensa oficial rumana.
En 1987, Müller marchó a Alemania con su marido, el novelista Richard Wagner y fijó su residencia en  Berlín. Müller es miembro de la Academia Alemana de Oratoria y Literatura de Darmastadt   desde 1995. En 1997 abandonó el   Pen Club como forma de protesta por la decisión de reunir las asociaciones de Alemania del Este y del Oeste tras la caída del Muro de Berlín. 
Herta Müller destaca por sus relatos acerca de las duras condiciones de vida en ese país bajo el régimen comunista de Nicolae Ceausesçu, , pero su tema principal es cómo una dictadura deteriora y rompe toda forma de relación humana. El 8 de octubre del 2009, se anunció que había ganado el Premio Nobel de Literatura  , que reconocía su capacidad para describir "con la concentración de la poesía y la franqueza de la prosa, el paisaje de los desposeidos". Sus obras han sido traducidas a 21 idiomas y en España han sido publicadas por las editoriales Siruela, Mondadori y Plaza y Janés 


Su obra

El manuscrito de su primer libro, “En tierras bajas” (Niederungen) reposó cuatro años en la editorial antes de ser publicado en 1982 con recortes impuestos por la censura rumana, pero la versión íntegra apareció dos años después en Alemania y las autoridades rumanas le prohibieron publicar en su país.Esta novela le valió el premio alemán Aspekte al mejor debut en lengua alemana del año; son narraciones breves sobre la vida de un pueblo alemán venido a menos y perdido en Rumanía según la perspectiva de una niña. Asoman los temas de la represión y la incomunicación en la esfera familiar y social. Hay elementos legendarios y supersticiosos que para el crítico  Friederich Christian Delius sugieren recursos utilizados por el mexicano Juan Rulfo en Pedro Páramo. La Rumanía de Ceauşescu -y el destino de su minoría alemana- es tema de muchas de sus obras.
En “El hombre es un gran faisán en el mundo” (Siruela), (Der Mensch ist ein großer Fasan auf der Welt) aborda el destino de una familia alemana que espera con ansiedad la autorización para abandonar Rumanía. de 1986, escrita un año antes de que el gobierno de la República Federal de Alemania pudiera comprar su exilio, como hizo con otros cientos de miles de alemanes de Rumanía. Todas sus primeras publicaciones aparecieron sólo inicialmente en versiones censuradas. 
Obras en español
En Tierras Bajas / Traducción del Arnoldo Alemán de Juan José del Solar. - Madrid: Siruela, 1990. - Traducción de: Niederungen

El hombre es Un Gran Faisán en El Mundo / Traducción del Arnoldo Alemán de Juan José del Solar. - Madrid: Siruela, 1992. - Traducción de: Der Mensch ist ein groβer Fasan auf der Welt

La Piel del Zorro / Traducción de Juan José del Solar. - Barcelona: Plaza & Janés, 1996. - Traducción de: Der Fuchs guerra damals schon der Jäger

La bestia del Corazón / Traducción de Bettina Blanch Tyroller. - Barcelona: Mondadori, 1997. - Traducción de: Herztier

Influencias
Aunque Müller no ha hablado públicamente en detalle sobre las personas específicas o libros que la han influenciado a nivel literario, que ha atribuido sus raíces a otras fuentes. El más prominente de ellos sería sus estudios universitarios en la literatura alemana y rumana.
Otra fuente importante de influencia habría sido esposo de Müller, Richard Wagner. En sus vidas hay paralelismos notables: creció tanto en Rumania como miembros del grupo Banat Suabia étnicas y se matricularon en estudios de literatura alemana y rumana en Timisoara Universidad. Al graduarse, trabajaron como profesores de alemán, y fueron los miembros de Aktionsgruppe Banat, Una sociedad literaria que lucharon por la libertad de expresión. Al igual que su esposa, Wagner es también novelista y ensayista
La participación de Müller con Aktionsgruppe Banat  también habría influido en la audacia con que se escribió, a pesar de conocer las amenazas y problemas que se reciben de la policía secreta rumana. Además, mientras que sus libros son de ficción, que hizo que la base de acontecimientos de la vida real y las personas. Uno de los personajes en su novela de 1996, La Tierra de ciruelas verdes se basó en un amigo cercano de Aktionsgruppe Banat, y fue escrito después de la muerte de dos amigos en el que Müller se sospecha la implicación de la policía secreta.
                                                  
 ARTICULOS:  La experiencia de la esclavitud
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http://geoalupoae.wordpress.com/2010/09/21/herta-muller-reactia-mea-la-statutul-de-informator-al-lui-pastior-intai-spaima-apoi-compasiune/


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Vida extrema